Enrique Castillo, Opina.21
Nunca nos hubiéramos imaginado que una Primera Dama podría poner en evidencia y revelar públicamente las debilidades y dudas –personales y profesionales– de su esposo, el Presidente, para demostrar su influencia, manejo y poder.
No tenemos recuerdo de alguna Primera Dama que haya dicho que busque trabajar incansablemente por los pobres, pero que –sin embargo– busque el reconocimiento de los más poderosos, apareciendo en una revista de élite –¿quiénes pagan 20 soles por una revista?– con fotografías al estilo Hollywood, y con vestuario y joyas de exclusivas y costosísimas marcas. No hemos sabido de primeras damas que durante el gobierno de su esposo hayan buscado tanto protagonismo, hayan provocado tantas controversias políticas, o hayan generado la caída de varios ministros y premieres –salvo algún ex Primer Ministro sumiso y adulón–, según ellos mismos, por invadir las funciones del Ejecutivo.
Tampoco hemos sabido de primeras damas que le dieran luz verde a sumisos ministros para cumplir con sus funciones, que despacharan y coordinaran con ellos los proyectos de ley, o que fueran consultadas sobre si se iban o se quedaban.
No estábamos preparados para esto. Porque muchas mujeres nos demostraron que se podía trabajar por los más pobres y por el país, con ambiciones también –pero no desmedidas–, sin soberbia, sin excesos de protagonismo, y sin buscar permanentemente el titular, la foto o el aplauso.
Y no es cuestión de envidia o de discriminación de género. En el Perú, muchas mujeres inteligentes, capaces, talentosas, trabajadoras y luchadoras han ganado y están ganando un lugar en la historia y en el corazón de todos, por su entrega, trayectoria, logros y por esa poco común consecuencia entre lo que dicen y hacen. Y todo sin tener el aparato y dinero estatal atrás de ellas.
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