Pablo Vilcachagua
@pablovil
Jack Martínez (La Oroya, 1983) llegó por primera vez a Lima a los 11 años. Lo hizo junto a su madre, quien cuidaría de él mientras su padre continuaría en La Oroya, laborando en Centromin, la empresa estatal de minería que hacía a la ciudad girar. Bajó del bus con unas canicas de acero en el bolsillo, pero también con unas maletas repletas de recuerdos: las historias de su abuelo, un oroíno que fue testigo de cómo los ríos de su ciudad cambiaron el azul por el marrón cobre. Todos esos relatos escuchados con atención han servido para disparar una historia mayor. ‘Sustitución’ (Emecé Cruz del Sur, 2017) es la excusa para hablar de La Oroya, de su abuelo y de los problemas humanos de un joven que busca saber reflexionar sobre la identidad y las ausencias.
Las consecuencias de la guerra atormentan a los protagonistas, ¿cómo se dio la elección de ese contexto?
– Vi un reportaje sobre veteranos de guerra en el Perú que habían participado en el conflicto con el Ecuador. El reportaje trataba sobre los mutilados, quienes denunciaban que el Estado peruano les daba solo 200 soles de pensión. Eso es indignante y ahí nació la pregunta de por qué arriesgar la vida por un país, regresar incompleto y solo recibir ese dinero. Me puse a reflexionar hasta qué punto es justificable y absurdo servir a una patria que no te va a dar nada. ‘Sustitución’ trata sobre un joven que para salir de su estado le ofrecen ir a servir al ejército norteamericano y a cambio de eso obtiene una ciudadanía de ese país.
¿Por qué elegir a la mutilación como una características de tus personajes?
– Parece que tengo cierta obsesión con esas cuestiones ya que se ha repetido en toda la novela. Pero también me gusta tratar la mutilación en un sentido simbólico: lo incompleto no solo como una manera física sino como algo que todos llevamos. Todos necesitamos afecto, amor, familia. Siempre estamos luchando por completar una profesión, trabajo, departamento. Siempre estamos incompletos.
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Aunque el tema de la paternidad, como ocurrió en ‘Bajo la sombra’, su primera novela, es un tema recurrente…
– Es muy curioso que en los últimos tiempos se esté prestando mucha atención a eso. Aparece una relación entre padre hijo en una novela y lo más fácil es catalogarlo de esa forma. Hay una cuestión que va más allá del padre e hijo. Si ves Star Wars nadie dice que es una novela de padre e hijo. Me interesa desarmar esa especie de enfoque con la que se están catalogando últimamente a las obras de algunos autores.
Deja una escena donde el hijo revela que su padre es vulnerable. En la obra es un momento crudo, pero en la vida real también todos pasamos por eso…
– Deja de ser el padre en el sentido de la imagen protectora, fuerte. Nos ocurre que desde niños hemos visto a nuestros padres como nuestros primeros héroes. Es una lectura en la que no había pensado. Desde su primer recuerdo, que a la vez es casi inconsciente, lo primero que ve es a su padre incompleto. Es vulnerable, necesita del hijo.
¿Vivió algo similar? ¿De dónde obtiene las referencias de esta relación padre-hijo?
– La parte en la que me he basado es la niñez del padre . Mi abuelo es de La Oroya y desde los 12 años comenzó a trabajar en Chulec, este pedazo norteamericano que se alza en el pueblo. Aprendió inglés porque tenía que hacerlo para ayudar a los patrones con las tareas domésticas. Llegando a ser mayor de edad, él decía “si sirvo al Ejército saldré con una profesión”. Llega a Lima, se presenta como voluntario pero lo único que encuentra es maltrato físico. Eran los años 60 y mira, hasta ahora hay muchachos que se ahogan en las playas. Mi abuelo después de todo eso volvió a La Oroya peor de lo que estaba. Fue a buscar una carrera y regresó con ciertos traumas.
El libro también brinda datos históricos, localizados entre La Oroya y Estados Unidos.
– Aparte de los relatos familiares, el libro está basado en entrevistas a veteranos de guerra estadounidenses. Es curioso porque allá se los respeta mucho, incluso tienen un día especial para ellos. Hay muchas instituciones que los ayudan, fui a una de ellas y me entrevisté con muchos de ellos, pero la mayoría eran latinoamericanos, quienes habían ido a pelear por Estados Unidos. Aproveché que mi universidad mantiene una gran oficina de investigación y fui a conversar con ingenieros biomédicos que se encargaban de hacer prótesis y me hicieron ver videos alucinantes, como cuando se le entrega la primera vez una prótesis avanzada a un paciente. La manera en que les cambia la cara es alucinante. Estas prótesis que desarrollan son como un miembro para ellos.
Lleva 6 años en Estados Unidos. ¿Cómo es vivir en una sociedad que está normalizada a vivir en conflicto?
– Es interesante la sensación de nacionalidad, ya que los estadounidenses tienen una fe ciega por defender a la nación. Van a la guerra a morir por su país y eso está inculcado desde pequeño. A diferencia de otros países, sus familias están protegidas. Entrevistaba, por ejemplo, a militares puertorriqueños y muchos de ellos reclamaban que por obligación los habían mandado, que ellos eran los primeros a los que enviaban a guerra.
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¿Qué tan difícil fue recoger los testimonios de los veteranos de guerra?
– En general, son gente que quiere hablar, contar sus historias. Lo que hago aquí es hablar de un personaje como cualquiera y eso valoraban. Si hablamos de la novela de José Carlos Yrigoyen (‘Orgullosamente solos’) o Renato Cisneros (‘La distancia que nos separa’), sus protagonistas son personajes que no pueden ser otros, es la historia de un general o un político de alto rango, no puede ser nadie más. En cambio, a mí me interesaba, al momento de entrevistar a estos veteranos, que ellos sintieran que sus historias, las historias de los ‘x’, pueden ser de cualquiera. Que piensen ‘no estás entrevistando al general, sino al soldado raso’. No estoy diciendo que no se deban escribir novelas con nombre propio, sino que me interesa escribir sobre la otra parte. Los faros no están sobre ellos. Cualquier tipo de abuso o injusticia que se comete contra ellos no aparecen en la historia oficial. En cambio si hablamos de el comandante, sí está en la historia oficial.
La identidad del migrante es uno de los subtemas tratados en el libro. ¿Cómo ves la situación de los ellos en los Estados Unidos?
– Está muy difícil, Donald Trump está cambiando leyes migratorias muy rápidamente y sin previo aviso. Me recomendaron no salir de Estados Unidos porque había la posibilidad de que haya un cambio de última hora y no me dejen entrar. Están muy asustados los ilegales, hay policías que están comenzando a intervenir en las calles. Pero también hay un respaldo de mucha gente que los apoya legalmente. Al ganar Trump se ha despertado un movimiento esperanzador. Han salido gobernantes a decirle: “No, este Estado va a ser un santuario y no vamos a dar información sobre inmigrantes”.
¿Intenta salir del cliché del migrante que ama a su lugar natal sobre todas las cosas?
– Me interesaba cuestionar el lugar común cuando se piensa del migrante. En Ciencias Sociales se dice migrante económico al que va en busca de trabajo. Me encuentro, entonces, con uno de ellos e inmediatamente si le digo que soy de Perú y él también lo es se tienden lazos de amistad, de compañerismo, por el solo hecho que vienes del mismo país. Me interesaba cuestionar si, por ejemplo, me encuentro con la misma persona en Lima, ¿sería igual de amable? Yo recuerdo a Lima como un lugar agresivo. Mi personaje principal, al verse obligado a ir otro país, es un tipo que no le debe nada a su patria y no siente nada por su patria. Al criar a su hijo, tampoco lo cría con esos clichés peruanos, latinoamericanos. Es él quien adopta estas características para enamorar a una chica.
Tampoco ilustra a un latinoamericano emprendedor, ese que va en busca del éxito.
– Siempre se cuenta la historia del éxito peruano, pero hay hijos de migrantes que ya se han posicionado y ya cuentan con acceso de un buen nivel de vida. No necesariamente la del cliché peruano.
¿Cómo se formó su identidad de oroíno, el lugar de donde se fue a los 12 años?
– La Oroya es muy interesante porque su historia comenzó en 1920. Era un pequeño caserío, llega una empresa minera y a partir de eso se construye la ciudad. Ahora que la empresa está a punto de desaparecer, es posible que la ciudad también desaparezca. Mi papá me decía eres de La Oroya, tus papás son de La Oroya, tus abuelos son de La Oroya. Me preguntaba cómo combino esta especie de ser oroíno con el sentido de una ciudad muy nueva. No es como decir ‘soy cusqueño, del centro del Perú’. Siempre preguntaba cómo era La Oroya al inicio. Mis abuelos, por ejemplo, decían que los ríos eran limpios, que el terreno era verde. Ahora todo está sucio, las aguas totalmente marrones, contaminados. La chimenea de la empresa lanza gases cada cierto rato y el aire está enrarecido. En la universidad comencé a leer ya estudios sobre esa ciudad, mi ciudad, y el libro es un conjunto de memorias recolectadas, de preguntas a la familia por imaginarme cómo era todo.
Y logra recuperar imágenes concretas en el libro…
– Mi papá trabajaba en la fundición y los niños que éramos hijos teníamos canicas de acero. Cuando llegué a Lima, llegué con ellas y comenzaba a romper las canicas de vidrio de mis amigos. Luego comencé a venderlas. Recuerdo que tenía mucho miedo ya que mis amigos del colegio eran mucho más grandes, utilizaban los zapatos de sus papás, esos con punta de acero que daba la mina. Apenas había un conflicto, ellos se agarraban a patadas con esos zapatos. Literalmente había gente que se rompían las canillas. Son cosas raras de una ciudad minera.
Trabaja diversos subtemas como la migración, la identidad y la no aceptación, la pobreza, el falso emprendimiento y las ausencias. La lista puede seguir. ¿Fue algo pensado desde un inicio o fueron saliendo a la medida de la escritura?
– El reto no era juntarlo simplemente, sino hacerlo en una obra breve. Para algunos ha salido bien librado y para otros no. Me parece perfecto cualquier lectura. Mi mayor reto fue ese: contar brevemente la mayor cantidad de temas que me interesa contar. Es muy difícil poder combinarlos en 130 páginas. Hay una propuesta que quiero dar, arriesgar. Lo difícil es combinar tanto de manera concisa. Es un reto que hay que asumirlo.
La historia del hijo es solo una excusa inicial para contar un relato mayor, el del padre, una estrategia que ya vimos antes en ‘Bajo la sombra’.
– Si ves series contemporáneas te das cuenta que comienzan con escenas que parecen llevarte a la historia principal pero luego hay un giro. Te das cuenta de que ese personaje no era realmente el principal. Eso en las series los aceptamos completamente, pero en la literatura todavía estamos como chocándonos con eso. Nos preguntamos: ¿por qué la historia secundaria es más potente? Por ejemplo, en Game of Thrones (serie de HBO) el primer héroe que aparece muere decapitado muy rápido y podemos hablar de muchos ejemplos más. Me interesa siempre tener una voz mediadora para que cuente la historia que yo quiero contar. En este caso, es Jesé la voz que estoy usando para que me cuente la historia del padre. Al mismo tiempo, busco construir una historia sobre Jesé que sea interesante y atractiva. En ‘Bajo la sombra’ había un diario a través del cual el protagonista conocía al padre.
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Han pasado tres años de su primera novela corta, ¿cómo ha sido la evolución a este segundo libro?
– Los pocos lectores que han leído ambos libros me comentan que en este encuentran una historia más desarrollada de la primera. Creo que mi lenguaje se ha vuelto un poco más elaborado. Trato de seguir siendo preciso, uso frases cortas, imágenes cinematográficas. También he tratado de que los capítulos sean un poco más largos. He tratado de que el lector no tenga golpes tan rápidos, que se desarrolle más entre capítulo y capítulo. Es un poco mejor escrito, pero en general siento que es el mismo estilo y tendencia. Este libro es mejor, es un avance dentro de mi narrativa.
¿Estaba pensado, desde un inicio, colocarle a la obra el título de ‘Sustitución’?
– Soy alguien que me hago cargo de la historia, pero de todo lo que venga con el exterior, ya sea portada, título, dedicatoria, epígrafe, contratapa, me es muy difícil de decidirlo. Propuse un título a la editorial e inmediatamente me dijeron que era muy malo y dije está bien, propongan. El título se lo debo a mi editor, Víctor Ruiz, quien encontró una palabra ya que para él la historia necesitaba un título contundente, que diga muchas cosas a la vez. ‘Sustitución’ habla de muchos tipos de sustituciones. Esa palabra tiene una concepción interesante: te completa pero también te potencia.
¿Por qué nuevamente una novela breve?
– El proceso de corrección es muy importante para mí. Corregir una novela de 130 páginas me es mucho más sencillo que uno de 300 o 400 páginas. He leído 15 veces este libro, quizás si sería más voluminoso lo habría hecho solo 3 veces y se me hubiesen pasado mucho más cosas. Por otro lado, busco que el lector lea este libro en un fin de semana. El reto es que tenga profundidad y que sea rápida, efectiva. Es complicado, ojalá que lo haya logrado porque la propuesta es esa. No estoy en contra de las novelas grandes, me encantan. Pero me interesa tener una propuesta de novela breve porque me interesa mucho el lector no entrenado, que alguien que no lee normalmente se acerque a un libro sin miedo. La novela históricamente se ha escrito para el lector desocupado, el burgués, me interesa lo contrario, el lector ocupado. En la presentación del libro se acercó un señor y me preguntó si soy de La Oroya, le respondí que sí y me dijo que él es de Cerro de Pasco. “Yo nunca he venido a un evento como este, ni nunca leo, pero vi en el periódico que tratabas sobre La Oroya y me atreví a venir”, comentó. Eso me pareció alucinante.
¿Es metódico durante su proceso de escritura?
– No lo soy porque entiendo que el proceso de corrección es muy cerebral y muy fresco. Escribo un par de horas tres veces a las semanas. Específicamente tenía la historia en mi cabeza desde varios meses atrás, se las contaba a amigos. Cuando tuve más de la mitad de la historia pensada ya decidí escribir. Escritura efectiva: habrán sido cinco meses, pero el proceso previo un año y medio más o menos. Aparte de las entrevistas tuve que asistir a clases de ingeniería biomecánica para tener mayores nociones de lo que significa una prótesis.
¿Qué autores contemporáneos viene siguiendo con atención?
– Samanta Schweblin y su libro ‘El núcleo del disturbios’ (Destino, 2012) me fascina, es una súper cuentista. Mariana Enríquez, es otra argentina que escribe cuentos de terror muy buenos. También la mexicana Valeria Luiselli. Últimamente no he leído autores contemporáneos varones, pero digamos que de las últimas generaciones ellas tres me gustan mucho. Ya de los anteriores se encuentra el chileno Pedro Lemebel; Oswaldo Reynoso, para el caso peruano; Manuel Escorza, por la relación que hay entre el relato de los Andes y las empresas mineras.
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