En los últimos años, el Festival de Lima ha procurado contar con un cineasta de renombre en calidad de homenajeado. Así recibimos la visita de Alexander Payne (en el 2013) y Bruno Dumont (en el 2014), directores que siempre generan expectativa y que triunfan en sus respectivos países haciendo el cine que más les provoca. Pero lo de esta edición supera todo lo anterior.
El agasajado es un referente histórico con más de seis décadas de trayectoria, pero también es un artista que se mantiene vigente a los 72 años, un alemán que se ha convertido en universal, que ha recorrido el mundo con su cámara, siendo igual de celebrado en Europa y Norteamérica, un autor cuyo nombre invoca una lista extensa de títulos memorables, pero que también conjura una mitología personal, fundada en relatos singulares, en anécdotas y rumores que se tejen alrededor suyo: una leyenda viva.
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Werner Herzog retorna al Perú como lo ha hecho varias veces. Fue aquí, en el valle de Urubamba y los alrededores del río Huallaga, donde rodó Aguirre, la ira de Dios (1972), su primera colaboración con el actor Klaus Kinski. Una década después, la misma dupla se reencontró en Iquitos para hacer Fitzcarraldo (1982), otra cima en la carrera de ambos.
Han transcurrido más de 30 años, pero Herzog nunca se distanció de nuestro país por completo: Mi mejor enemigo (1999) y Wings of Hope (2000) lo trajeron de vuelta a escenarios del Perú que dejaron huella en él; también estuvo en Cusco para filmar escenas de My Son, My Son, What Have Ye Done (2009), uno de sus últimos trabajos de ficción. Pero esta visita es distinta, porque será la primera vez que Werner Herzog reciba un homenaje oficial en estas tierras, un gesto de gratitud por inmortalizar al Perú en el cine.
La muestra que se exhibirá en el Festival de Lima consiste en seis largometrajes de ficción, cuatro documentales y un bello y hermético experimento titulado Fata Morgana (1971). Se puede afirmar que, si Herzog solo hubiera dirigido documentales, su lugar en la historia igual habría estado asegurado.
Ver uno tras otro El gran éxtasis del escultor de madera Steiner (1974), La Soufriere (1977) y El pequeño Dieter necesita volar (1997) es una experiencia hipnótica. Son documentales aparentemente sencillos (en los dos primeros, Herzog funge de reportero), pero que condensan una poética personal que se manifiesta como un desafío abierto a las leyes de la naturaleza, de la gravedad, de la cordura.
Claudio Cordero, Crítico de cine
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