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Opinión

Si uno revisa el listado de los países más ricos del mundo, encontrará una relación entre factores por todos conocidos: geográficos (Norteamérica, Europa y el noreste asiático), así como demográficos (China, Japón, Estados Unidos, Brasil, Rusia e India).

Juan José Garrido,La opinión del director
Si uno revisa el listado de los países más ricos del mundo, encontrará una relación entre factores por todos conocidos: geográficos (Norteamérica, Europa y el noreste asiático), así como demográficos (China, Japón, Estados Unidos, Brasil, Rusia e India). Si miramos en retrospectiva, la mayoría de estos países han conformado el mayor bolsón de riqueza durante la historia: en el año 1 China e India sumaban cerca del 60% del PBI global; para el año 1000 eran cerca del 50% y así se mantuvieron hasta 1820; hoy estos gigantes, sumados a Rusia y Brasil (los BRIC), no suman el Producto Bruto norteamericano (US$15,684 millardos del último frente a US$14,469 millardos de los primeros al 2012).

¿Qué sucedió en estos últimos 200 años? La mayoría saltará a identificar la Revolución Industrial y –más reciente– tecnológica. En efecto, ambas resumen el salto norteamericano. No obstante, Europa estaba mejor preparada para la primera revolución (por tecnologías, tamaño de mercado, desarrollo de instrumentos financieros, conectividad, entre otros). El siglo XX castigó a Europa y Asia con dos guerras abiertas y una fría. Las primeras destrozaron la capitalización y la infraestructura, y la segunda determinó el conflicto ideológico a favor de las sociedades abiertas y el modelo democrático-capitalista.

Si profundizamos en ese “modelo” norteamericano, pues encontraremos factores promotores de la productividad: competencia, estabilidad monetaria, instituciones confiables e inclusivas, regulaciones “inteligentes”, educación e infraestructura. Estas variables, agregadas y complementadas, se encuentran listadas en el Índice de Competitividad del Foro Económico Mundial, informe recientemente publicado y que hace años es la principal guía de desarrollo y competitividad entre los académicos y hacedores de políticas públicas.

El índice es una guía de desarrollo, un predictor de quién lo hará bien y quién lo hará mal. Al tope del mismo encontramos a las economías mejor preparadas para enfrentar el futuro: Suiza, Singapur, Estados Unidos, Finlandia, Alemania, Japón, Hong Kong, Holanda, Reino Unido y Suecia; al final de la misma a los países del bottom billion (millardo de abajo): Guinea, Chad, Yemen, Mauritana, Angola, Burundi, Sierra Leona, Haití, Timor, Burkina Faso y Myanmar.

El índice cumple pues un propósito más que ser una simple indexación: valer de referencia y de palanca de cambios. Subdividido en 12 pilares y en 114 variables, el índice presenta una radiografía de la situación y las perspectivas de 144 naciones entre las cuales el Perú aparece –este año– en el puesto 65. En el índice anterior Perú apareció en el puesto 61 sobre 148 economías estudiadas; hemos caído cuatro puestos (sin contar la diferencia de la base).

El Perú podría describirse como una nación esquizofrénica: aparecemos en el puesto 21 en ambiente macroeconómico y en el puesto 118 respecto al desarrollo institucional. Podemos aparecer en el primer puesto en la variable inflación (cierto, junto a decenas de otras economías), y en el puesto 139 respecto a calidad de la educación matemática y científica. Es una realidad desbalanceada entre los aspectos económicos y las bases institucionales y sociales (educación y salud, clase política y manejo por parte del Estado, entre otros).

Ese retroceso, hay que decirlo, es obra de este gobierno. En el índice 2008-2009, el Perú se encontraba en el puesto 83 sobre 134 economías; subió cuatro años hasta el puesto 61 sobre 144 en el 2012-2013, donde se mantuvo el año pasado. Este retroceso puede marcar una tendencia negativa, pero es una clara señal de regresión.

Donde hemos retrocedido con mayor claridad es donde mayor necesidad de mejoras tenemos: instituciones. Pasamos del puesto 109 al 118 (revisen las variables “favoritismo de las decisiones de oficiales del gobierno”, “gasto inadecuado del gobierno”, y “peso de las regulaciones”). Si revisamos las quejas a lo largo de estos tres años, no hay duda de que ello fue alertado en su momento. En resumen, esto era previsible, y la sordera y desconfianza a lo más alto del gobierno optó por desentenderse del problema.

Menor competitividad significa, en sencillo, menor productividad y menor capacidad de responder frente a los retos del futuro. El gobierno tiene un discurso de “crecimiento con inclusión”, pero, en la práctica, el crecimiento (y sobre todo el ecosistema propicio para el mismo) está estancado; sin crecimiento será cada vez más difícil incluir sin atentar contra los motores del crecimiento. No existe “inclusión para crecer”, salvo en la retórica populista.

Sería muy útil que en Palacio y en el MEF revisen este índice con atención, revisen sus premisas y sus promesas. Más que seguro encontrarán que la veleta anda averiada.


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