Enrique Castillo,Opina.21
ecastillo@peru21.com
Pero según la misma Carta Magna, el Presidente personifica y representa a la Nación. No es el pastor de un rebaño que puede llevar a sus ovejas por donde quiera, es una autoridad que ha recibido un mandato de los ciudadanos para que los represente.
La ciudadanía rechazó en el 2006 al candidato Ollanta Humala por su identificación y cercanía con Hugo Chávez. El temor a una fuerte influencia “chavista” en un eventual gobierno humalista llevó a la mayoría a votar en contra de Humala.
Durante la campaña para las elecciones del 2011, el candidato Humala se esmeró en tratar de ofrecer muestras de un alejamiento del eje “chavista”, y alentó –¿utilizó?– la imagen de un “padrinazgo” de Lula y de una estrecha cercanía al Brasil.
Esto le permitió una mayor aceptación de parte de los electores.
En la segunda vuelta del 2011, la población peruana rechazó la candidatura de quienes representaron en el imaginario popular el regreso a las prácticas dictatoriales, a la corrupción, a la violación de los derechos humanos y a la reelección; y prefirieron votar por Humala, creyendo que defendería los valores democráticos que se comprometió a respetar en la Hoja de Ruta y su juramento en La Casona de San Marcos.
Más claro no canta un gallo. La población peruana, en su mayoría, no quiso, no acepta y no quiere acercamientos o arrumacos con un gobierno chavista o ‘madurista’ que representa la antítesis de la democracia.
Llamar de inmediato a Maduro para felicitarlo y darle consejitos; citar a una reunión urgente de Unasur en Lima para reconocerlo y felicitarlo, sin exigir una Mesa de Diálogo con la oposición venezolana, el respeto a la libertad de expresión, el fin de la represión, y el respeto a los lideres de la oposición; ha sido proveer de una “bendición” y regalarle un triunfo político a Maduro. ¿Ingenuidad o complicidad?
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