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Opinión

¿Cómo podemos ser prósperos si las pruebas tomadas a estudiantes de quince años en comprensión lectora, matemáticas y ciencias nos indican que estamos en el último lugar de la tabla?

Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y Letras
Escritor

Deplorable. Dramático. Desolador. Son las primeras palabras que nos vienen a la mente para describir el panorama actual luego de saber que, según el sistema de evaluación internacional de estudiantes (PISA), el Perú ocupa el último lugar entre los 65 países sometidos a examen. Peor aún si consideramos que los escolares evaluados representan el 80 por ciento de la población mundial. Nos encontramos, pues, ante una situación crítica que exige una reforma educativa radical. Aunque las comparaciones sean odiosas, habrá que reconocer que nuestro vecino, Chile, lleva las cosas de otra manera, ya que se ubica en el primer puesto entre los países latinoamericanos.

Como de costumbre, nos hacemos ilusiones con excesiva facilidad e ignoramos que la burbuja puede reventar en cualquier momento. ¡Qué tanto optimismo y regocijo por el crecimiento económico! ¿Cómo podemos ser prósperos si las pruebas tomadas a estudiantes de quince años en comprensión lectora, matemáticas y ciencias nos indican que estamos en el último lugar de la tabla? Después de todo, que también seamos “coleros” en el campo futbolístico no es un hecho aislado.

Sí, por supuesto, contamos con una élite boyante que educa a sus hijos en los mejores colegios privados y luego los envía a estudiar a prestigiosas universidades extranjeras. Pero se trata de una minoría privilegiada. Más bien, debemos preguntarnos qué pasa con toda esa inmensa mayoría de estudiantes que aspira a adquirir conocimientos para consolidarse como profesionales y solo obtiene resultados mediocres. ¿Tendremos que resignarnos a la idea de que el acceso a una formación de calidad está únicamente reservado a quienes tienen dinero?

La situación no siempre fue así. Hace unas décadas todavía era posible encontrar a grandes maestros en el sector educativo público, ya fuera en la escuela o en la universidad. Y, ciertamente, aquellos alumnos que poseían aptitudes para estudiar una carrera superior podían hacerlo aunque carecieran de medios económicos. Ahora, el fracaso de la educación pública es una de las taras más demoledoras que afectan a la sociedad peruana y, si no se hace nada por revertirlo, lo único que conseguiremos será acentuar nuestras contradicciones y aumentar la brecha social.

¿Cómo hablar entonces de una auténtica inclusión? ¿Por qué nuestros gobernantes nunca se dan cuenta de que la educación y la cultura son rubros tan importantes y definitivos como la salud y la nutrición? ¿Somos tan ingenuos como para pensar que la proliferación de universidades es una medida “inclusiva”? ¿Cuántas de esas instituciones son capaces de garantizar una educación verdaderamente superior? ¿Cuándo vamos a erradicar el lucro del sistema universitario?

Sí, Sancho, ladran los perros, señal de que avanzamos (aunque la frase sea de Goethe y no del buen Cervantes).


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