22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

No me cansaré de repetir que lo mejor de la televisión en vivo siempre ocurre durante los cortes comerciales. Pero algo que ya parece una demoníaca Ley de Murphy es lo contrario: las peores cosas que pueden suceder en un programa siempre (me) suceden cuando ya estamos en el aire. Dos ejemplos recientes, a continuación:

Beto Ortiz,Pandemonio
bortiz@peru21.com

- Son las ocho y tres minutos, estamos de regreso en “Abre Los Ojos” y, para comprender mejor lo que nos jugamos en La Haya, esta mañana nos visita el doctor Javier Valle Riestra, quien nos va a ilustrar con su oceánico conocimiento de la historia del Perú.

- Gracias por lo de oceánico conocimiento, querido Beto, ojalá no vaya a naufragar yo en ese océano.

A sus ochenta egregios años de edad, Valle Riestra es uno de mis entrevistados favoritos, sus sobresalientes dotes de orador, su erudición jurídica e histórica, su solemnidad ligeramente teatral, su memoria prodigiosa y su finísimo sentido del humor lo convierten en algo así como en el viejo sabio de la tribu. Conversar con él es un placer exquisito y una clase maestra también pues siempre se queda uno con la agradable sensación de que algo valioso ha aprendido. El último jueves, sin embargo, algo muy extraño sucedió en el minuto dos de nuestra entrevista. Yo le había pedido que, para que entendiéramos mejor la antigua beligerancia entre nuestros países, nos recordara cuáles habían sido las tres invasiones de Chile al Perú. Valle Riestra empezó su disertación lúcida e impecablemente:

- El Virreinato del Perú comprendía lo que es, hoy en día, Bolivia o Audiencia de Charcas y tenía jurisdicción también sobre la Capitanía General de Chile. El centro de ese poder jurisdiccional era Lima y se extendía por el norte hasta comprender Guayaquil y otras jurisdicciones.

Confiando por completo en la absoluta solvencia de mi interlocutor que estaba además en plena introducción de su tema yo bajé la mirada, como es mi costumbre, para revisar datos de la pantalla de mi lap top. Habían pasado apenas dos minutos de iniciada la entrevista cuando el desastre sobrevino y Don Javier perdió por completo el hilo de lo que estaba diciendo:

- Cuando se produjo la independencia, ehmm, ehmm… da..ehmm…da…

Al escuchar este balbuceo, perdonable en cualquier político promedio pero inimaginable en Valle Riestra, levanté los ojos y lo vi allí confundido, paralizado, con la mirada perdida, como si de pronto hubiera entrado en algún tipo de trance. Evidentemente, estábamos ante una emergencia y, quizás porque a nadie le gustaría que a los padres de uno les ocurriera nunca nada semejante, lo único que me preocupó en ese instante fue salvarlo de la situación. Sonará absurdo pero lo primero que me pasó por la cabeza fue quedarme yo también petrificado, para que pareciera que todo era una falla en la transmisión y nos sacaran del aire. Y ahora que vuelvo a ver el video creo que por un par de segundos casi lo logré pero seguíamos en cadena nacional y todo el mundo nos estaba viendo. Lo que vino después fueron diez segundos de un sobrecogedor silencio que, en televisión, pareció durar doce minutos. Diez segundos aterradores en los que toda mi carrera pasó delante de mis ojos como si fuera una película.

- ¿Se siente bien?

- Sí.

- Ah, okey…

En ese momento, los papeles se cambiaron. Ahora era yo el que, tratando de recordar lo (poco) que le enseñaron en el colegio tendría que dirigirse al país con un buen speech sobre el Mariscal Santa Cruz y la Confederación Perú-Boliviana. Era demasiado pronto para mandar a una pausa comercial y también demasiado riesgoso lanzar otra pregunta sin saber si Don Javier realmente se sentía bien. Lección Uno del Manual del Conductor de TV: los silencios están terminantemente prohibidos. Si el video no llega a tiempo, si el entrevistado se retrasa, si te cae un reflector en la cabeza… habla. Siempre habla. Parcha los vacíos, estira, llena. No me quedaba entonces más remedio que ponerme a improvisar y hablar, por ejemplo, de la infausta batalla de Yungay o del lesivo Tratado Rada y Gamio-Figueroa Larraín. ¿Alguien los recuerda? Ahora el que estaba completamente paralizado de terror era yo.

Mis desvaríos históricos, por suerte, duraron poco pues, de súbito, como si le hubieran presionado el botón de pause y otra vez le hubieran dado play, Valle Riestra me interrumpió y retomó perfectamente el hilo de lo que había estado diciendo en el punto exacto en que se había quedado:

- Entonces la figura concreta es que concluida la independencia de Bolivia…
Pero pronto volvió a derrapar, esta vez, de un modo clamoroso, imposible de disimular:

- Chile va avanzando hasta apoderarse de las células marítimas rajándonos de la carta de lanzas rectilíneas que existían, en consecuencia, perdemos el Tarapacá.
Abajo, Mónica Delta entraba en el switcher, alarmaa, diciendo: Llamen a Alerta Médica.

- Todos los terremotos incluso quedan secuestrados sentenció Don Javier- El tren de Tacna, de Arica dice: lo veremos en diez minutos.

Durante la entrevista le conté incluso que los televidentes, en las redes sociales, habían expresado preocupación por su salud, que si acaso no había tenido una laguna o algo así. El me respondió que no con una sonrisa de indulgencia: Aquí estoy en perfecta forma para responder todas las teorías sobre nuestro mar territorial. (Sé que, para intentar demostrar su espléndido estado, JVR se ha estado paseando por distintos programas en estos días. No creo que maquillar la realidad sea una buena solución a lo que es, un obvio accidente de la edad que, tarde o temprano, nos llegará a todos. No veo de que habría que avergonzarse. No nos sobran las mentes brillantes y yo, por mi parte, sigo preocupado por él. Y estoy seguro de que no soy el único.

*****

El estudioso de la gastronomía nacional escribió aquella mañana de invierno otra página de terror en la historia de la TV peruana. Había sido invitado para hablar sobre el muy esperado festival culinario y ya estaba sentado a mi lado en el set cuando fue presa de un extraño ataque de algo horrendo que podríamos denominar “diarrea explosiva”. Algo que yo en mi vida he visto jamás y que pareció cosa de magia negra o brujería. Estábamos a mitad de un videotape y ya lo íbamos a presentar cuando de pronto se puso de pie violentamente y salió raudo del estudio. Siendo que mi entrevista habíase quedado sin entrevistado, opté serenamente por presentar otro informe del noticiero pero mientras lo hacía, un hedor nauseabundo se enseñoreó en el lugar, generando un pequeño tumulto entre los técnicos. Aún hablándole a la cámara, tratando de mantener la compostura, miré de reojo para saber qué pasaba y alcancé a distinguir un diminuto pero repugnante montículo amarillo en el suelo.

- “Pobre. Ha vomitado“ -pensé.

Los camarógrafos siguieron cuchicheando pero yo intenté mantener el hilo de mi narración, no darle demasiada importancia al incidente y hacer caso omiso de la pavorosa pestilencia. Sin embargo, a los pocos minutos, El Estudioso regresó al set y se volvió a sentar a mi lado.

- ¿Ya te sientes bien? -le pregunté.

- Sí, sí, todo bien. Empecemos.

Y ya estaba a punto de presentarlo cuando volví a mirar hacia el piso y descubrí perdónenme el francés un horrendo riachuelo de mierda. El Estudioso había regresado desde el baño que está como a 20 metros de distancia dejando tras de sí una interminable estela de caquita líquida cual si fuera un rastro de caracol. Con los ojos desorbitados, el coordinador del set me hizo una señal categórica con las manos: se acabó. “Hemos mandado a corte para que pueda ir a….limpiarse, señor.“ -lo escuché decir. Los heroicos trabajadores de mantenimiento jamás lo olvidarán. Aquel había sido el peor día de sus vidas. El apestoso reguero había afectado la silla, los pasillos, las alfombras, las escaleras, el ascensor…No exagero. Por eso digo que parecía una víctima de hechicería. Ninguno de los que estábamos allí dábamos crédito a nuestros ojos. Era difícil creer que todo eso hubiera salido del interior de una sola persona. Hubiera sido de agradecer que, alguien que representa la imagen de una fiesta nacional del buen comer, tuviera un mejor dominio público de sus esfínteres. Pero, en fin, sucede hasta en las mejores familias. Al terminar, todos en la producción estuvieron de acuerdo conmigo en que aquel programa sí que había sido la cagada.


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