Carlos Meléndez,Persiana americana
El pasado reciente nos alerta sobre dos errores graves en los que pueden caer los mandatarios de turno: la injerencia creciente de poderes informales y el difuso límite entre partido y Estado. Cuando un proyecto político altamente personalista con pobre personal político y escasa vida orgánica autónoma llega al poder (Fujimori, Humala-Heredia), los peligros de caer en la trampa de la des-institucionalización aumentan. La tentación autoritaria también.
El gobierno quiso resolver el problema de la ilegalidad del mando de Heredia designándola como presidenta del Partido Nacionalista Peruano. Pero, con esa decisión, se abrió un nuevo flanco (¿puede la presidenta de un partido influir en medidas gubernamentales y acceder a los recursos del Estado?), sin solucionar el anterior. Así, la principal y más hábil operadora política del oficialismo se ha convertido en el talón de Aquiles de Humala, por haber pisado el palito de la crítica destructiva.
Efectivamente ciertos cuestionamientos rayan en lo absurdo (el referido al protocolo en Chile), pero otros no. El más serio –la ausencia de transparencia y fiscalización de las funciones que cumple la primera dama- es un pendiente que el gobierno debe asumir con responsabilidad política para evitar seguir cayendo en la polarización y la impopularidad. Como dice el presidente “hay miedo”, pero no al potencial electoral de la “compatriota” Heredia sino al uso arbitrario de la cercanía al poder.
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