Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com
“A los 12 años me dieron mi primer beso. Ella tenía 16, pero pensaba como una chica de 18 y actuaba como si tuviera 19. Estaba bien desarrolladita y era open mind. Vivía al frente de mi casa, yo la miraba por mi ventana y, cuando ella volteaba, me hacía ‘hola’ con la mano, pero yo me escondía porque era muy tímido”. Así empieza nuestra charla con el psicólogo Tomás Angulo, un mediático terapeuta de parejas, quien nos habla del amor en el Día de San Valentín.
¿La precocidad en los afectos beneficia o perjudica?
Yo sentí como un halago que una chica de ese nivel, de esa categoría, me diera un beso. Después, una tía mayor me besó. Todo esto, sumado al poco afecto que tenía en casa, me hizo promiscuo, mañoso, juguetón, pendejo. Además, por mis padres, tenía un temperamento muy caliente: ambos son apasionados e intensos. Me convertí en un ‘gilerito’ de barrio y dejé la timidez: a los 16 salía con una chica de 22, y era muy arrebatado sexualmente.
¿Valora eso como positivo?
Esas son categorías absolutas. Lo importante es saber si experiencias así suman. En mis libros afirmo que al amor lo hemos ensalzado, lo hemos idealizado. Los glotones y glotonas del amor lo único que hacen es empacharse de él. Por eso, San Valentín ha perdido esencia, profundidad; hoy veneramos la ilusión y adoramos el enamoramiento. En estos momentos escribo dos libros: Bajan, pie derecho, pisa tierra y Para amar de verdad debes dejar de estar enamorado.
¿Cuál es la diferencia entre estar enamorado y amar?
El enamoramiento tiene cinco elementos que en el amor se pierden o se presentan muy poco: sorpresa, encanto, pasión, magia y misterio. Estos elementos a todos nos gustan y nos deleitan. En el amor, estos elementos se acaban o disminuyen, porque este sentimiento tiene otros factores: tranquilidad, aprecio, bienestar, aprecio, satisfacción y hasta orgullo por lo logrado. Los condimentos del amor son los elementos del enamoramiento –sorpresa, encanto, pasión, magia y misterio–, pero no sus componentes esenciales. El amor es una ostentación de muchos, pero un privilegio de pocos. La mayoría de gente cree que ama, pero, en realidad, está ‘enamorada’ de su idea de amor o de alguien que ha idealizado o de la pasión.
Un cínico podría ostentar su enamoramiento y su falta de amor…
Mire, yo me he enamorado mil veces y tengo dos divorcios y cuatro convivencias, y creo que, por mis aciertos y torpezas, tengo autoridad para hablar del amor. A mis 50 años he escuchado a más de 15 mil parejas, ser su terapeuta es mi especialidad, y tengo 15 libros escritos sobre el tema.
¿En el amor uno aprende o termina siempre tropezando con la misma piedra?
Sí, uno aprende. Solo el necio, el radical, el impermeable no lo hace. Esta capacidad de aprender depende del coeficiente intelectual, del coeficiente emocional, etcétera.
¿Una persona que no es inteligente no puede llegar a amar?
Exacto, solo las personas inteligentes pueden amar. Pero, ojo, la inteligencia no es solo una: hay varias y no solo se refieren a nuestro ‘coeficiente intelectual’. Por eso hay personas con un elevadísimo IQ, pero son un desastre en el amor.
¿La fidelidad es natural al ser humano?
Hay diversas teorías. Desde mi experiencia, los hombres que son religiosos y místicos logran vencer la infidelidad. Yo he escrito dos libros al respecto –Engaños que engañan y A la trampa dile sí–, donde explico todo lo que ocurre en una infidelidad. Entre otras cosas, digo que muchos hombres dejan de ser infieles por pragmatismo, pues la infidelidad disocia, hace que el infiel viva dos vidas y, así, pierde tranquilidad. La desconfianza muchas veces se presenta como una proyección del propio comportamiento: el infiel cree que su pareja le es infiel no porque en realidad lo sea, sino porque como él se comporta así cree que todos lo hacen.
¿La fidelidad es un valor extremo que debemos perseguir?
No necesariamente: la fidelidad es una condición de pocos. Después de mis 20 años como terapeuta de parejas puedo afirmar que solo el 20% de las personas son fieles, y hoy tanto hombres como mujeres, en el mismo porcentaje, son infieles, con el agregado de que la mujer es más astuta, tiene más artimañas o estrategias para ocultar su infidelidad. Además, la mujer, sobre todo si es madura, sabe lo que quiere –buen sexo, compañía, romance, pasión– y no va más allá; el hombre, por el contrario, se involucra.
¿Cuán ‘bla bla bla’ somos los peruanos sobre nuestras capacidades amatorias?
Mucho, tanto hombres como mujeres. Las peruanas respiran, sudan y transpiran amor, pero todo es un invento. Al respecto, escribí un libro que dice: ¿Por qué quieres un amor de película si esta solo dura dos horas? En el caso de los hombres, somos buenos para contar historias, para presumir que somos buenos amantes.
¿Las peruanas son apáticas en la cama?
Sí, son flojas. En términos sexuales, somos una sociedad de charlatanes, de cuenteros. Cuando estamos en romance o enamorados, somos lo máximo, pero luego ya no, por eso nos encanta estar enamorados, pero no sabemos amar. Cuando se casa, cuando se compromete, el peruano come, se llena, duerme y no tiene sexo; la mujer se queja, critica y tampoco tiene sexo. Tenemos un gran problema en el sexo, y este está vinculado a nuestras prácticas alimenticias: como nos gusta comer bien, tragar, anteponemos la comida a otras actividades. También somos una cultura hipócrita: decimos lo que el otro quiere escuchar, lo que el otro espera de nosotros. Recién la nueva generación de peruanos se está liberando de esta tara.
¿Hoy la peruana está liberada?
Cuando Tilsa Lozano dijo: “Fui la amante, pero hoy cómete tu mierda”, medio Perú femenino la amó. Vivimos una transición: la peruana está entre la opción de ser como Tilsa o ser una mujer que pueda elegir y construir. Aunque aún sea mal visto ser la amante, a muchas mujeres esa circunstancia ‘les llega’: hoy se celebra a las ‘Candys’.
AUTOFICHA
- “Soy de Chincha. A los 10 años me mudé a Lima. Soy psicólogo de la San Martín. Me he enamorado mil veces. Tengo dos divorcios y cuatro convivencias.
Tengo autoridad –y práctica– para hablar del amor”.
- “A los 12 años tuve mi primera enamorada, ella tenía 16. En realidad, ella me ‘chapó’ con gusto. Yo era flaco, simpático, risueño, pero bastante tímido. Por eso, ella tomó la iniciativa”.
- “Por mis padres, tenía un temperamento caliente: ambos son apasionados e intensos. Me convertí en un ‘gilerito’ de barrio y dejé la timidez: a los 16 ya salía con una chica de 22, y era muy arrebatado sexualmente”.
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