El Ejecutivo, a través del premier Fernando Zavala, ha dado a conocer su propuesta sobre el contenido del diálogo con Keiko Fujimori: seguridad, corrupción, empleo, reactivación económica y reconstrucción. Esto podría significar una reunión de varias horas o incluso sesiones de varios días.
Al margen de que se aborde esta agenda o solo sea una sombrilla para legitimar el encuentro, su amplitud induce a pensar que, en el fondo de su corazón, el presidente y sus colaboradores quisieran arribar a una fórmula de cogobierno. Porque ponerse de acuerdo en temas tan disímiles involucraría concertar aspectos medulares de una cogestión gubernamental.
Sin embargo, entre los deseos y la cruda realidad, es inevitable que mande la segunda: en términos prácticos, lo que da pie a la reunión es el pedido implícito de PPK a KF de que lo “dejen vivir”. Que no interpelen a sus ministros ni, menos aún, los censuren; que, en general, modifiquen su conducta en el Congreso. Este es el centro de la preocupación del presidente o, si se quiere, la “cuestión previa” de la larga lista de temas planteados.
Si para PPK y su gobierno la demanda central es “déjenme vivir”, para Keiko Fujimori, más que un acuerdo con el gobierno, es un mensaje a su bancada, a su hermano Kenji, a su padre y a la opinión pública: está dispuesta a atemperar el conflicto en las alturas, pero de ninguna manera a perder el liderazgo del conjunto del fujimorismo. Solo ella liderará el vínculo con el gobierno.
El encuentro podría apaciguar la dinámica de confrontación Congreso-Ejecutivo que ha reinado durante el primer año del mandato de PPK. No para cogobernar, pero sí para darle al gobierno el oxígeno suficiente para sobrevivir. Es lo que le conviene a Keiko Fujimori, además, para impedir que su hermano se cuele por ahí, queriendo ubicarse como el constructor de la calma y del consenso.
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