25.NOV Lunes, 2024
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Opinión

El político que más detesta tiene un hijo extramatrimonial. El congresista que inunda las páginas sociales es gay. Monstruos maquiavélicos están planificando con empresarios y militares el próximo golpe de Estado.

Carlos Meléndez,Persiana americana
Los rumores abundan en política en cualquier parte del mundo, pero en nuestro país son frecuentemente un recurso para el desprestigio. Son materia prima de ensayos psicosociales; pasatiempos perniciosos en las redes virtuales. Son fuente de intercambio político, moneda corriente empleada sin reparos por ex presidentes, congresistas, líderes de opinión y el bodeguero de la esquina.

Este uso y abuso chismográfico en nuestro medio se debe principalmente a tres factores. Primero, compartimos una cultura política que simpatiza con el tratamiento “amarillista” de la noticia. El escándalo reemplaza al criterio político como guía de opinión pública y exacerba la polarización.

Segundo, la excesiva personalización de la política reduce los planteamientos programáticos de nuestros representantes a un segundo plano. Importa más la vida privada, algún indicio de doble moral para estigmatizarlos por el resto de sus días.

Tercero, existen “opinólogos” que elevan a dato “relevante para la gobernabilidad” (sic) cualquier anécdota personal. La escasez de capacidades para el análisis riguroso cede ante el lobby barato como fuente privilegiada de columnas de opinión. Se convierten en “emprendedores” del chisme, doctores en rumorología.

La legitimación del rumor por titulares y teleprompters es solo una muestra de la banalización de nuestra política. Incluso, algunos terminan por “institucionalizarse” en comisiones investigadoras parlamentarias. Evidencia pues, cuán lejos estamos de un sistema institucionalizado y de debates serios.

La rumorología aventaja como criterio político; penetra la institucionalidad y la prensa y domina la cultura política.


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