22.NOV Viernes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

La tragedia de Independencia todavía nos conmociona, duele y conmina a repensar sobre nuestra convivencia como sociedad. La muerte de cinco personas y nueve heridos de bala producto del trastorno psicológico de un joven marca un nuevo hito en la escala de violencia nacional.

Aceptamos con excesiva tolerancia la violencia de las calles de cada día: desde la agresividad de los choferes cuando te meten el carro en el momento menos esperado, o se te cruzan cuando, tras una larga cola, estás listo para entrar al carril esperado, hasta los insultos porque te demoras dos segundos en el cambio de luz. La lista de hechos en los registros callejeros sigue in crescendo. Más de uno se ha topado con algún energúmeno que, ante una congestión vehicular, no ha encontrado mejor solución que sacar su pistola y dar tiros al aire.

De acuerdo con la teoría psicológica conocida como las “ventanas rotas”, en la que se basó también el experto en seguridad ciudadana William Bratton, si no se reparan con celeridad las faltas o delitos menores, estos tenderán a propagarse rápidamente y a mayor escala.

A la fecha no hemos tenido aún la capacidad para regular la violencia cotidiana. Lima es una ciudad cada vez más agresiva. Una capital con 9 millones de personas en la que el 30% presenta problemas de salud mental sin que hasta el momento se haya implementado una política de prevención y tratamiento efectiva, a lo que se suma la violencia delincuencial y su habilidad para tener acceso a todo tipo de armas. O nos apuramos en trabajar en el respeto a normas básicas de convivencia en sociedad, en salud mental y control de armas, o pagaremos facturas más altas y dolorosas que la del viernes último.


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