Como para muchos, mis expectativas sobre el encuentro de hoy entre el presidente de la República y la lideresa de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, no son las más auspiciosas. La premisa principal para que un diálogo sea productivo es llegar a él con convicción y un propósito auténtico de arribar a un acuerdo. Este, lamentablemente, no parece ser el caso. Ambos llegan forzados por las circunstancias: Fujimori, presionada por las iniciativas políticas en las que el hermano viene ganándole, y el presidente, con el evidente desgano del que pareciera no tener claro qué proponer al mismo tiempo de transmitir la sensación de sentirse, por momentos, más bien acorralado.
Otro punto a tomar en cuenta, en el encuentro de esta tarde, será el de las virtudes de los interlocutores en tan delicado ejercicio. No es una habilidad que abunde en una u otra tienda política y que, en todo caso, se pondrá a prueba cuando estén frente a frente. Coincido en que un jefe de Estado no necesita de árbitros o garantes; no obstante, la participación de Luis Bedoya Reyes, en el mismo, habría sido de gran aporte y sin menoscabo de ninguna investidura.
¿Qué debemos esperar entonces? Que este no sea otro encuentro fallido. Que en los hechos sea el primero en el que prime un intercambio sincero de puntos de vista sobre los problemas políticos y sus soluciones.
En su visión programática, diferencias casi no existen. Que se tenga claro el peso y responsabilidad que tiene cada cual, y se instalen finalmente los canales de comunicación permanentes, de tal forma que no se requieran situaciones extraordinarias para que el presidente de la República y la lideresa de la oposición puedan conversar.
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