22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

“Tienen razón apristas y fujimoristas cuando señalan que no hay ministro intocable”.

Mañana miércoles y los próximos días serán jornadas en las que se pondrá a prueba la madurez política de nuestros representantes del Parlamento y de los miembros del Ejecutivo. Apenas cuatro meses de nueva gestión, en uno y otro lado, y el nivel de enfrentamiento alcanzado en los últimos días llega a extremos que, incluso, ponen en riesgo la gobernabilidad. Congreso y Ejecutivo han entrado en línea de colisión por una interpelación que no puede ocultar objetivos ajenos de los que formalmente aparecen puestos sobre la mesa.

Tienen razón apristas y fujimoristas cuando señalan que no hay ministro intocable o que la interpelación es un mecanismo válido de control político.

La preocupación se presenta cuando este ejercicio democrático corre el riesgo de convertirse en uno de abuso de posición. Legal y constitucionalmente, la mayoría manda, lo que no la exime de sustentar que la motivación de sus actos políticos sea transparente y razonable. No es juego limpio “el aquí mando yo y punto”.

En la otra orilla, aunque con menos decibeles, se oyen también tambores de guerra. Convertir la interpelación en cuestión de confianza parece una apuesta innecesaria, incluso provocadora, al llevarla al peligroso juego de medir fuerzas con un final prácticamente cantado. Hacerlo equivale a convertirse en la otra cara de la misma moneda del desdén por una salida ecuánime.

Democracia es básicamente equilibrio de poderes, no la imposición arbitraria de uno sobre el otro, como pareciera ser el empeño advertido en los últimos días por parte de ambos lados. Las relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso no tienen que ser obligatoriamente armoniosas. Como en toda convivencia siempre habrá tensión, pero se espera que esta tensión sea una saludable y razonable, no aquella que genera más inestabilidad. Un dato adicional que no debería pasar inadvertido en ambos lados es que, ojo, la calle también está crispada.


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