Suponer que estamos bien y que no hay nada que mejorar en los medios de comunicación sería de una medianía penosa. Estoy segura de que esa no es la posición del periodismo, como tampoco la de una apuesta por la censura de parte de la segunda vicepresidenta, Mercedes Aráoz, a quien sí hay que pedirle más rigurosidad en sus palabras.
En los últimos años, desde los gremios periodísticos se ha avanzado mucho en el terreno de la autorregulación con Tribunales de Ética, tanto en el Consejo de la Prensa como en la Sociedad Nacional de Radio y Televisión, donde las evaluaciones de las quejas y las sanciones son realmente estrictas.
Desde la SNRTV se han impuesto elevadas multas a varios de sus asociados y dispuesto rectificaciones. Una práctica normada por ley que solo la cumple, dicho sea de paso, el equivalente al 30% de todos los medios radiales y televisivos del país. El otro 70% no la acata y al Ministerio de Transportes y Comunicaciones tampoco es que le preocupe mucho.
La ausencia de normas o comités no es el problema. Lo que está en el hígado de muchos peruanos no tiene que ver con un mayor número de normas regulatorias, sino con una legítima demanda por la calidad de los contenidos, que busca respuestas que vayan más allá de un subjetivo “bueno” o “malo”. De parte de los periodistas, mayor seriedad, imparcialidad, rigurosidad y pluma. Las notas policiales, aunque no nos gusten, tendrán que seguir siendo cubiertas y presentadas por los noticieros mientras la inseguridad campee. El reto es un tratamiento impecable en cámara, narrativa y respeto por las víctimas. Una sola palabra, profesionalismo, sobre el que siempre habrá algo más por hacer.
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