Alejandro Toledo reapareció para avergonzar al Perú. El ex presidente, sin embargo, no está tranquilo como aparece, sino asustado y, una vez más, ha echado mano de lo que siempre le funcionó: victimizarse, manipular. A través de medios internacionales, Toledo ha denostado de la justicia y de la clase política del país que alguna vez él gobernó, aduciendo persecución. Amenazó al presidente Kuczynski con la esperanza de que el Ejecutivo se cruce de brazos. La estrategia a la que él y su esposa desesperadamente apuntan.
Un complicado contexto en el que hay buenas y malas noticias. La buena es que el pedido de detención con fines de extradición de Alejandro Toledo, formulado por el juez Richard Concepción Carhuancho, estaría siguiendo su curso. Ya habría pasado los filtros del Departamento de Estado y se encontraría en el de Justicia para, tras una adecuación a las normativas de los Estados Unidos, ser presentado ante el fiscal federal, que decidirá si procede o no la detención. Este es el tiempo que se acorta y tiene en vilo a Toledo.
La mala es que vamos a tener que cargarnos de la mayor de las paciencias para esperar que el proceso de extradición se haga realidad. Tomando como base cuatro casos conocidos de procesos de extradición con los Estados Unidos, el tiempo promedio es de tres años y medio. Plazos que pueden ser agobiantes en un país hastiado de la corrupción, la impunidad y de apariciones provocadoras como las de Toledo.
Con su último acto de histrionismo, el propio Toledo ha fortalecido su figura de prófugo de la justicia capaz de echar mano de todo con tal de salvarse. La Fiscalía, el Poder Judicial y el Ministerio de Justicia tendrán que demostrarnos, con hechos, que disponen de mejores herramientas y compromiso para que la justicia finalmente lo alcance.
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