Desde el Ejecutivo se insiste en irradiar señales de incertidumbre y hasta de temor. La respuesta a las denuncias de los procuradores ha sido muy mal manejada desde la oficina del primer ministro. Excesiva, fuera de lugar: sobre todo porque, más allá de la falta de consistencia de las denuncias, los supuestos acusados son el presidente y su primer vicepresidente y también miembro de su gabinete; por tanto, Zavala era el menos indicado para confrontarlos. Inoportuno, además, por reflejar una susceptibilidad propia de quien se encuentra a la defensiva en momentos que se exige liderazgo.
Algo definitivamente está fallando en varias de las instancias del Ejecutivo para que no se logre entender el momento delicado que atraviesa el gobierno.
En solo seis meses, la aprobación del presidente ha descendido de 65% en setiembre del año pasado a 35% en marzo. La economía del país no está boyante, las grandes inversiones que se buscaban destrabar siguen entrampadas, el efecto de la corrupción brasileña en las megaobras empezará a pasar también la factura, el fenómeno de El Niño está golpeando varias regiones. Pronto se reflejarán los efectos en el PBI. Mientras todo esto ocurre, no se logra siquiera articular una bancada sólida en el Congreso ni la de un gabinete que juegue en equipo.
Es tiempo de combinar tecnocracia y política, de replantear estrategias, de oxigenar el gabinete, de no tener miedo de liderar una lucha anticorrupción en medio del vendaval Lava Jato, de prestar más atención a los hechos que a los fantasmas. Todo eso, con cabeza fría. El momento no está para debilidades. Las voces que señalan que PPK no acabará su mandato son todavía pocas, a diferencia de los que todavía esperan que su gobierno acabe como lo establece la Constitución y de manera exitosa. Para aprendizaje, medio año estuvo bueno.
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