Una vez más y en escasos cuatro meses. Otra vez, rabiosamente divididos, preocupados sin saber a ciencia cierta qué escenario político nos deparan los próximos cincuenta y seis. La interpelación llegó y, con ella, la anunciada censura que deja un sabor amargo. No porque algunos peruanos toleremos la corrupción, sino por la desproporción de la respuesta.
El fujimorismo alega respeto por la privacidad de comunicaciones, pero la publicación de su conversación celebratoria los desnuda en un asunto de sumo interés para el país y que seguirá siendo al mismo tiempo una incógnita. ¿Cuáles fueron las verdaderas razones de la censura? En el chat no hay ninguna alusión a la lucha contra la corrupción o los Juegos Panamericanos. Galarreta da la pista de manera inconsciente: “Recién leo que está temblando… para jodernos era valiente”. ¿Qué acción por parte del ministro de Educación, contra ellos, molestó tanto al fujimorismo para que realice tan organizada moción? ¿Cómo ha perjudicado el ministro a los fujimoristas? ¿Qué nos oculta la bancada naranja a todos los peruanos? Queda claro que el ministro Saavedra les era incómodo y punto. Y que los mecanismos de control constitucional pueden convertirse también en herramientas de ajuste de cuentas.
¿Se debe hacer de esto una guerra? La estabilidad del país está por encima de cualquier ministro de Estado, aunque su salida deje la impotente sensación de abuso. La respuesta del porqué nos la seguirá debiendo el congresista Galarreta.
En la otra orilla, mientras todo esto ocurre, el presidente de la República conversa con escritores en Arequipa, confiesa que le apena que los congresistas de su partido no le hagan caso o en plena crisis se da tiempo, en medio de su apretada agenda, para pasear con Gérard Depardieu. Razones para estar preocupados nos sobran.
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