Más allá de que tuvieron que pasar seis meses para que se diera la esperada reunión entre el presidente Kuczynski y Keiko Fujimori o de que no fuera el jefe de Estado quien la convocó, el que esta finalmente tuviera lugar es un importante paso para intentar sacar al país de esta especie de círculo vicioso de la confrontación en el que nos encontramos.
Desde tiempos de los atenienses, en Roma con Cicerón, o Erasmo de Rotterdam en el Renacimiento, el diálogo ha sido y será la mejor opción para la búsqueda de una convivencia armoniosa en sociedad, el ejercicio más civilizado que tiene el ser humano para llegar a un entendimiento y, por tanto, esencial en una democracia. Negarse a este equivale a apostar por el caos.
PPK ha sido práctico, consciente de la fuerza rival, ha escogido el camino más directo para intentar resolver un problema real que afecta la gobernabilidad del país. Ha optado por escuchar y ser también escuchado, lo que no puede ser interpretado como una capitulación. Decisión que irrita a algunos sectores para los cuales la polarización permanente pareciera haberse convertido en el leitmotiv de sus carreras.
Es evidente que el presidente llega a este encuentro debilitado tras la censura a Saavedra, pero también por las constantes contradicciones de su propia bancada, en la que, a solo un día u horas previas a la reunión, algunos de sus miembros cuestionaban a su propio líder.
El esperado encuentro no será el epílogo ni el cierre de una etapa de enfrentamientos, probablemente sea incluso solo protocolar, pero se habrá roto el hielo que impedía precisamente el diálogo alturado que un Estado democrático espera con perspectiva de largo plazo.
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