El periodista Daniel Titinger ha publicado Un hombre flaco, una reveladora biografía fragmentada de Julio Ramón Ribeyro.
¿La decisión de hacer un retrato en fragmentos, más que una biografía al uso, fue por respetar la naturaleza fragmentaria de una parte de la obra de Ribeyro?
En realidad no, la decisión de hacer más un perfil que una biografía responde a que yo no podría hacer una biografía al uso ni de Ribeyro ni de nadie. Ahora, cuando te metes tanto en un personaje como yo me metí aquí, termina pasando que el libro se hace ribeyriano por sí solo, hay personajes y situaciones ribeyrianas, que remiten a su obra, aun cuando este no es un libro en el que se analice su obra.
En efecto, el libro parece más interesado en el mito Ribeyro, en él como personaje, que en las conexiones entre su vida y su obra. Decía Hernán Migoya, en una reseña, que el libro era psicoanalítico, pero a mí no me lo parece en absoluto.
No lo es, pero creo que entiendo lo que dice Migoya. A fin de cuentas, para escribir un perfil, uno termina haciendo cierto trabajo de psicólogo, con uno mismo y con cada persona que va tocando. Uno se sienta a escuchar la intimidad de una serie de gente relacionada con el personaje en cuestión, y al hacerlo se mete debajo de las sábanas o de la alfombra de ese personaje.
En el libro, los dos grandes temas son la relación de Ribeyro con su cuerpo y su relación con las mujeres. ¿Esos temas los planteaste de inicio o fueron surgiendo?
No, no tenía ni la menor idea. Como muchas cosas, me fui topando con ellas. Si tú lees a Ribeyro, si conoces la imagen pública de Ribeyro, tienes esa imagen de tipo con tendencia a la melancolía. Pero, según fui conversando con gente, fui descubriendo que no era así, que Ribeyro no era ese tipo triste que todos tenemos en la cabeza.
¿Ribeyro no era ribeyriano?
Ocurre que incluso su aspecto ayuda a crear esa imagen triste. Y él era consciente, él sabía la imagen que proyectaba y que la literatura que le salía era la de ese tipo de personajes, y que, además, eso era lo que le gustaba a los lectores.
¿Crees que era plenamente consciente de ello?
Sí. Es muy curioso porque, de hecho, el Ribeyro que regresa al Perú era un rockstar. Eso es lo más sorprendente de todo. Ribeyro era una leyenda en vida, el “mejor cuentista peruano”, “el escritor que casi muere en París”, un tipo que llenaba sus presentaciones de libros y que al final de su vida, más que escribir, salía con sus amigos de bares.
Parte de la fama de Ribeyro como escritor está cimentada en su literatura más personal, en las Prosas apátridas y en sus diarios.
Yo, de hecho, pienso que los diarios son lo mejor que escribió. Y él lo sabía. Cuando deja que Niño de Guzmán revise sus diarios y empiezan a leerlos juntos en voz alta, eso debió ser en 1989 o 1990, Ribeyro se da cuenta de que esa era su gran obra. Pero, ojo, esos diarios también son un texto literario, están editados, él los editó, quitaba, cortaba. No he tenido acceso a manuscritos, pero estoy seguro de que lo publicado no se parece mucho a los diarios originales.
Esa es la razón que tanto la viuda como su hijo dan para que no se publiquen los diarios que faltan.
Y yo les creo. Y no creo que se vayan a publicar nunca. Como lector, claro, todos quisiéramos poder ver qué hay ahí, pero, en efecto, Ribeyro era un tipo que editaba muchísimo. Si editaba muchísimo sus cuentos, ¿cómo no iba a editar sus diarios, sus anotaciones íntimas?
Hay quien cree que la viuda no los publica para protegerse, por lo que pueda haber de ella o de Anita, la amante, ahí escrito.
Mira, yo he tenido sentada delante a Alida, hablamos por horas, y me contó cosas muy íntimas, que están en el libro. Creo que hay que ponerse en la piel de los herederos, es una cosa muy difícil, porque ellos saben cuánto editaba Ribeyro. Muerto Ribeyro, ¿quién decide qué queda dentro y qué fuera? No estamos hablando de unos cuentos, sino de sus anotaciones personales.
Hacia el final del libro, de alguna manera reivindicas a Alida.
Si uno abre la ventana del odio, de la furia que sienten los lectores de Ribeyro hacia su viuda, también tiene que abrir la otra ventana. Nadie es bueno o malo todo el tiempo. Ella pudo actuar mal en muchas ocasiones, pero también es verdad que, en otros momentos, actuó con una generosidad extrema. Alida le salvó la vida a Ribeyro, tuvo que buscar un trabajo para poder pagar los gastos del enfermo terminal que él llegó a ser en los setenta, para salvarlo o, al menos, en ese momento, darle una muerte menos infeliz. En ese entonces, no tenían un sol.
¿Además de Anita, hubo alguien más que no quiso hablar?
No, solo ella. Yo pensaba que iba a aceptar, porque la conozco, pero en su respuesta entendí que era muy difícil para ella. Es jodido, pero ella no era la amante, era la mujer de la que estaba enamorado, y entonces se muere el tipo que era el amor de su vida y no quiere hablar. No es lo mejor para mí como escritor, pero es comprensible.
El otro gran personaje del libro es Jorge Coaguila, el biógrafo que no ha escrito su biografía.
El libro está. Coaguila ha acabado su libro, lo que necesita es una editorial. Pero en la biografía de Coaguila está todo, en serio. Yo le dije a Coaguila más de una vez: “Lo que más quisiera es que tu libro esté publicado porque hay cosas que para mí son vacíos todavía”. Coaguila no va a dejar ningún vacío.
En un momento dices en el libro que, pese a la relación que tenía con Ribeyro, Coaguila no era su amigo.
Es algo que me dijo el mismo Coaguila y a mí me alucinó. Él me dice: “Ribeyro y yo no éramos amigos, nunca fumamos un cigarro, nunca me invitó una copa en su casa”. Pero Coaguila está en los diarios de Ribeyro que no hemos leído. Puede que no fueran amigos, pero me animaría a pensar que Ribeyro pudo haber pensado en Coaguila como su biógrafo.
AUTOFICHA
■ “Vargas Llosa se molesta con Ribeyro no por la diferencia ideológica, eso podría haberlo hasta respetado, lo que le molesta y le gana esa mención en El pez en el agua es lo que le manda a decir”.
■ “Ribeyro le manda a decir a Vargas Llosa que no se enfade, que es una bronca cosmética, para la tribuna. Eso es lo que indigna a Vargas Llosa. Y Ribey-ro nunca lo entendió”.
■ “Ser viuda de un autor famoso debe ser terrible, porque eres viuda para siempre, no se es ex viuda. Toda tu vida queda definida para siempre, tienes que ir a ferias, a conferencias. Hasta la palabra es horrible”.
Por Diego Salazar (diego.salazar@peru21.com)
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