Roberto Abusada, Uso de la palabra
Economista
Por más de 10 años, hemos supuesto que el crecimiento potencial de la economía peruana estaba en el orden del 6.5%. Los cálculos del BCR avalaban esa cifra y los hechos parecían confirmarla: 10 años de crecimiento a una tasa de 6.4%, baja inflación y una tasa de desempleo reduciéndose.
Las décadas de estancamiento económico del pasado habían dado paso a una era de gran aumento en la productividad gracias a las reformas de los años noventa. Habíamos pasado de ser una economía endeudada, cerrada al mundo, estancada y con inflación a otra en la cual las nuevas oportunidades de inversión aparecían por doquier y generaban el rápido desarrollo de la agricultura moderna, la minería, la construcción, la industria y los servicios. La creciente inversión, con la incorporación de maquinarias y métodos de producción modernos, aceleraron el aumento de la productividad a tal punto que la llamada “productividad total de factores” tenía las tasas de crecimiento más altas del continente y agregaban al menos 2 puntos adicionales a la tasa de crecimiento: es decir, aparte de la contribución del trabajo y del capital, el crecimiento de la productividad hacía que el Perú creciera sostenidamente a tasas sustancialmente más altas que las que exhibían sus pares.
Esta situación favorable se ha ido deteriorando de manera incremental, y hoy los precios más bajos de nuestras materias primas han desnudado nuestras taras domésticas en la economía, la política y en las instituciones. Mientras el comercio se liberalizaba y nos integrábamos cada vez más al mundo desarrollado, el Estado se volvía más anquilosado, con una engrosada burocracia y mal diseñada descentralización, lo que convirtió al Perú en “la república del permiso”. Se crearon nuevos ministerios y agencias que entraron en disonancia innecesaria con los ministerios tradicionalmente encargados de promover las comunicaciones, la vivienda, la minería y los servicios.
Es cierto que buena parte de la desaceleración que hoy sufre la economía peruana es transitoria y que el esperado aumento de la exportación primaria y la puesta en marcha de grandes proyectos de infraestructura nos traerán un par de años donde quizás veremos tasas de 5% a 6%, pero luego nos volveremos a enfrentar a la realidad: un potencial de crecimiento de la economía del orden del 4%. Esto se da a causa de no haber efectuado las reformas necesarias para elevar tal potencial. Seguiremos con un Estado que seguirá dando la espalda a los privados, los verdaderos creadores de riqueza, enredado en el laberinto de su estructura pesada y disfuncional, con sus tres niveles de gobierno carentes de un conjunto unitario de políticas públicas y una visión común de futuro.
¿Es este desesperanzador escenario inevitable? No si el Estado acomete desde hoy las reformas estructurales que se caen de maduras. La más urgente: cambiar la “república del permiso” por una alfombra roja para todo el que quiera producir, emplear y crear riqueza. Segundo, reformar de raíz la política laboral y terminar con la hipocresía de defender solo los derechos de los menos. Tercero, reformar el esquema de descentralización y, finalmente, concentrar todo el gasto público en la provisión de salud, educación de calidad e infraestructura en lugar de gastar en una refinería inservible que costará, en términos relativos, el triple que el escandaloso costo de los estadios brasileños.
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