Para cada uno de los tres o cuatro partidos “importantes” de fútbol peruano (¿?), la Policía destina entre siete u ocho mil efectivos a los estadios. Este gigantesco contingente policial tiene la misión de garantizar la seguridad de los jugadores y los asistentes, además de escoltar a las barras bravas en su desfile de destrozos a todo lo que se les cruza en su camino hasta el estadio.
Por eso, Urresti ha dicho “que los clubes vayan haciendo su ‘chanchita’ para contratar su seguridad privada”. Puede que este sea otro texto más de su guion efectista y figuretón, pero, sea como sea, no le falta razón. Miles de policías dedicados a un partido cuando hoy, más que nunca, el país entero está secuestrado por la delincuencia es, por decir lo menos, una irresponsabilidad.
Creo, al igual que Urresti, que, si los eventos futbolísticos generan desmanes y disturbios, entonces deberían jugarse a puerta cerrada hasta que los clubes se responsabilicen por la seguridad de los hinchas y las acciones de sus barras. Si el indeseable de Burga protesta por la intervención del Estado en el fútbol, entonces que no le pida nada al Estado. Dirán que de fútbol peruano no sé nada y están en lo cierto. Ni sé nada ni me interesa saberlo, pero, en este caso puntual, opino porque es con mis impuestos (y con los de los hinchas) que se mal paga a esos miles de policías.
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