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Opinión

La postemporada de la NBA arrancó el 1 de julio. Los agentes libres podían comenzar a negociar sus nuevos contratos de una manera muy ventajosa, gracias al jugoso acuerdo con la televisión estadounidense, firmado el pasado mes de octubre. Los propietarios no han esperado a que este se haga efectivo en la temporada 2016-2017, y consecuentemente suba el límite salarial, para desempolvar su chequera. Así lo demuestran los contratos por el máximo ofrecidos a Marc Gasol (110 millones por cinco años), Kevin Love (110 millones por cinco años), Kawhi Leonard (90 millones por cinco años) o Anthony Davis (una extensión de 145 millones por cinco años, el contrato más cuantioso de la historia), quienes se han quedado en sus respectivas franquicias.

Mientras tanto, la decisión de LaMarcus Aldridge, el agente libre más deseado, mantenía en vilo a toda la liga. Se sabía que quería dejar Portland en busca de un equipo más competitivo, después de caer en la primera ronda de los playoffs contra los Grizzlies. Comenzó rechazando las ofertas de los mercados más grandes –New York Knicks y Los Angeles Lakers–, para dejarse tentar por un prometedor proyecto como el de los Phoenix Suns, y acabar firmando por, sin duda, la mejor opción para su carrera. No sabemos qué fue lo que le ofrecieron Greg Popovich y los Spurs. A pesar de carecer de un pívot solvente para que Aldridge pueda jugar en su posición natural, han logrado atraerlo con un contrato de 80 millones por cuatro años. El equipo de Tim Duncan y Manu Ginóbili, quien ha postergado su retiro, vuelve a ser uno de los favoritos de las casas de apuestas para ganar el próximo título. Su plantilla no necesita reconstrucción: con las renovaciones de Kawhi Leonard y Danny Green, el futuro de los Spurs está asegurado.

Las reglas de la NBA son muy específicas al respecto: hay una moratoria, y solo se pueden firmar contratos a partir del 9 de julio. Exactamente cinco años después de que LeBron James levantara polvareda con “The Decision”, ha vuelto a suceder. La polémica ha regresado a la agencia libre. Pero, hoy, es una historia de desencuentros y traiciones. El protagonista es DeAndre Jordan, el pívot de Los Angeles Clippers. Aunque su equipo podía ofrecerle el máximo, había aceptado la oferta de los Mavericks, 80 millones por cuatro años. El equipo texano también se reforzaría con la llegada de Wesley Matthews, para seguir compitiendo por el título y alargar la vida deportiva de su estrella, Dirk Nowitzki. “Le vemos como una especie de Shaq que nunca ha recibido una oportunidad”, declaró el propietario, Mark Cuban, rompiendo la regla del silencio establecida en los días de negociaciones. “Le dijimos que, si venía a los Mavs, él sería una prioridad. Podría crecer para convertirse en un jugador franquicia”.

Faltaban pocas horas para que acabara la moratoria. Y, entonces, DeAndre Jordan comenzó a dudar. De pronto, quería volver a los Clippers. Dejó de contestar las llamadas de Mark Cuban y Chandler Parsons, el alero de los Mavericks. Chris Paul, Blake Griffin, Paul Pierce, J.J. Redick, el entrenador Doc Rivers y el propietario Steve Ballmer viajaron a Houston para aislarle del mundo exterior, literalmente, y terminar de convencerlo. Los implicados publicaban emojis y fotografías en twitter sobre la encerrona. Las redes sociales hervían entre la burla y la indignación. Y, al final, Jordan renovó con los Clippers por un estimado de 88 millones por cuatro años.

No es la primera vez que esto sucede –recordemos los casos de Hedo Turkuglu y de Elton Brand–, pero siempre es lamentable que se rompa un contrato apalabrado, ya filtrado a la prensa. Perjudica a la imagen de la liga. Sobre todo, si está implicado en el asunto el presidente de la Asociación de Jugadores, Chris Paul. Ahora, los Mavericks tienen poco margen para maniobrar de cara a la próxima temporada. Han comprometido parte de su salario en Matthews. Han perdido la posibilidad de contratar a Robin Lopez, su segunda opción para completar la plantilla, quien fichará por los Knicks. Y los Clippers han sumado boletos para seguir siendo el equipo más odiado de la NBA. A costa de mantenerse en la lucha por el campeonato.


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