25.NOV Lunes, 2024
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Opinión

House of Cards, la serie de Netflix que protagonizan Kevin Spacey y Robin Wright, es una metáfora sugerente para comprender los juegos de poder. Una pareja de políticos, con la calculadora de la estrategia en mano, escala hasta la cima de las decisiones en Washington D.C.

Carlos Meléndez,Persiana americana
Los Underwood son estrategas racionales con una voluntad política expansiva que no encuentran escollos a sus objetivos finales. Colaboran mutuamente, se cuidan las espaldas, son cómplices en sus virtudes y vicios. Sus colaboradores no son incondicionales, sino sobre la base de incentivos a las gulas personales. Frank quiere ser presidente, Claire primera dama.

La pregunta más recurrente en nuestro ‘Chollywood’ político es cómo funciona un matrimonio con ambiciones políticas. La injerencia anti-institucional de nuestra primera dama en el Ejecutivo ha conducido a un debate entre quienes enfatizan su rol de eficaz operadora y los que develan sus ansias de protagonismo. Precisamente, el problema surge cuando el exceso de apetito rompe el fino balance.

En la segunda temporada Claire muestra su capacidad de poner a un lado sus propósitos más personales por el proyecto conjunto. Para alcanzar el premio mayor, hay que saber perder un poco. Cede voluntariamente cuando el panorama empieza a ponerse sombrío. La táctica no radica en persistir en un camino estricto acríticamente, sino en saber detenerse; situación que no percibimos en los inquilinos de Palacio de Gobierno.

Tras casi tres años en el poder, no estamos más ante aprendices de mandatarios ni políticos torpes, sino ante un estilo propio, sin las virtudes de los Underwood, aunque con sus fallas y ambiciones. En este caso, los políticos de ficción superan en sus habilidades a los reales.


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