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Opinión

Algunos aseguran que no es más que un engendro perpetrado por un creador perverso y desquiciado…

Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y Letras
Escritor

¿Contamina el espacio visual? ¿Asusta a los niños? Hay quienes dicen que se trata de un demonio o, por lo menos, de un repulsivo extraterrestre. Algunos aseguran que no es más que un engendro perpetrado por un creador perverso y desquiciado, mientras que otros sospechan que es el ídolo pagano de una secta anticatólica. Todas estas cuestiones han surgido en las últimas semanas a raíz de la instalación de una escultura de José Tola en uno de los jardines del malecón Cisneros en Miraflores. La polémica involucra a un grupo de vecinos que pretenden erradicar el tótem, los cuales se enfrentan a un número cada vez mayor de partidarios de esta singular obra de arte. Pero, ¿quién tiene la razón?

Los vecinos alegan que debieron ser consultados antes por la municipalidad de Miraflores, lo que resulta discutible. No estamos ante el caso de una comunidad nativa cuya opinión se ha ignorado para extraerle sus riquezas sin mayor trámite. Aquí, por el contrario, se le ha dado un valor adicional a un parque del malecón. Y no solo no se ha infringido ningún reglamento edil sino que la financiación de la escultura monumental tampoco ha salido de las arcas municipales, pues esta ha sido donada por una entidad privada.

Por lo demás, habría que preguntarse si los vecinos tienen siempre la capacidad para decidir correctamente sobre las obras que deben ser ejecutadas en los predios distritales. Más aún si se requiere opinar sobre arte. El sentido común nos dice que en ese aspecto rara vez hay consenso. El gusto es subjetivo y, en consecuencia, lo que me atrae a mí puede no ser del agrado del resto. Por tanto, en materia de arte conviene apelar al juicio de los expertos.

José Tola no es ningún advenedizo sino que está reconocido como uno de los mayores artistas peruanos contemporáneos. Sus méritos se encuentran fuera de discusión. Y sí, trabaja con “monstruos” desde hace medio siglo. Estas criaturas que emergen de su imaginación configuran una iconografía muy original y reflejan no solo sus pulsiones más íntimas sino sus impresiones viscerales de un mundo que se descompone sin cesar ante nuestros ojos.

Por otra parte, es falso que la escultura interrumpa la vista del mar, puesto que ha sido emplazada en un terraplén ubicado debajo de la línea visual del paseante que recorre el malecón. Asimismo, ¿cómo puede dar miedo a los niños, sobre todo cuando estos se entusiasman con juguetes que representan a los seres más horripilantes? Frente a estos, el monstruo de Tola parece una figura inofensiva y su vibrante policromía le otorga un carácter más lúdico que tenebroso.

¡Cómo nos gustaría contar con más esculturas de nuestros mejores artistas en las calles y parques de Lima! No regresemos a la época de la censura y condena de aquello que no entendemos. Dejemos que el arte nos enseñe a mirar.


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