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Opinión

“Odebrecht tenía una oficina para gestionar con eficiencia los millonarios sobornos”.

Brasil está avergonzado, pero sus jueces nos están dando una lección. Los políticos de Argentina, Colombia, República Dominicana, Ecuador, México, Guatemala, Venezuela, Panamá y especialmente del Perú están aterrorizados porque vienen por todos.

Tras la confesión del otrora todopoderoso Marcelo Odebrecht ante las autoridades estadounidenses y suizas, hoy conocemos la estructura de corrupción más grande en América Latina.

Cuatrocientos treinta y nueve millones de dólares repartidos en coimas fuera de Brasil. En el Perú fueron 29 millones. Les rompieron la mano a los más altos funcionarios en tres gobiernos sucesivos, desde Alejandro Toledo, pasando por Alan García y terminando en Ollanta Humala, además de los sobornos en las administraciones municipales de Villarán y Castañeda.

Cuánta razón tenía Aldo Mariátegui cuando insistía tanto en la intervención de Brasil, durante la campaña del 2011. Lo más suave que le dijeron entonces fue loco. Estaba en lo cierto.

Estas gigantescas compañías no se movían por ideologías o simpatías políticas, arreglaban con todos. En Perú, como en los otros países, Odebrecht tenía una oficina para gestionar con eficiencia los millonarios sobornos.

La ex procuradora del régimen humalista Yeni Vilcatoma nos recordaba que el ex ministro Figallo le dijo: “Odebrecht saca y pone presidentes”. ¿Qué hizo el entonces gobierno de Humala? La despidió ipso facto.

Esta revelación de los ex poderosos de estas empresas ponen a prueba al país, al gobierno, al Poder Judicial, al Congreso. Si la respuesta a tamaña putrefacción es débil, sin el compromiso necesario, seguiremos sentados en una bomba de tiempo y nos explotará, más temprano que tarde.

El gobierno de Kuczynski debe dar muestras claras de liderar la lucha contra la corrupción. A grandes males, grandes remedios. Aceite de ricino para evacuar toda la porquería. Ahhh… por poco lo olvido: feliz 2017.


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