Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva, el ex presidente de la más poderosa economía de la región, fue sentenciado a 9 años y medio de prisión por delitos de corrupción. Aunque el gran juez Sergio Moro no lo podrá enviar a la cárcel de inmediato porque es una decisión en primera instancia, hoy, todos sus ahijados, empezando por Ollanta Humala y Nadine Heredia, se enlutan y tiemblan. Lula, como el gran padrino Vito Corleone, deja huérfanos y plañideras.
Su estrategia, quién lo duda, será apelar, dilatar, candidatear y pregonar que es un perseguido político a ver si así llega a la presidencia de su país en 2018. Pero, igual, tendrá que responder por la creación de la más perversa y sofisticada asociación ilícita entre un Estado y las más grandes empresas privadas brasileñas que diseñaron un patrón de ejecución de obras a través de coimas estructuradas a escala internacional, comprando a las más altas autoridades de decenas de países.
Confieso que durante la campaña de 2011 no alcanzaba a entender la obsesión de mi amigo y compañero de trabajo de entonces, Aldo Mariátegui, cuando insistía en los dineros que provenían de Brasil, del Partido de los Trabajadores, del ex presidente Lula e inundaban la campaña del entonces candidato Ollanta Humala. Tenía, sí, la certeza de que en 2006 hubo dinero de la Venezuela de Chávez y Maduro, pero no estaba convencida de la magnitud de la corrupción que terminó embarrando al líder del PT que tanto inspiraba a la izquierda regional.
Al cierre de esta edición, aún continuaba la audiencia en la que el juez Concepción iba decidir si hay peligro procesal para determinar 18 meses de prisión preventiva para Ollanta y Nadine. El fiscal Juárez puso en evidencia que hay cuentas a nombre de las hijas de los Humala (hoy fuera del país) que tendrían dinero de fuentes ilícitas, vinculadas a las acusaciones de lavado de activos y asociación ilícita. Todo esto al día siguiente del diálogo PPK-Keiko, pero eso ya es periódico de ayer.
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