25.NOV Lunes, 2024
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Última actualización 08:39 pm
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Opinión

Carlos Meléndez,Persiana americana
El requisito principal es ser conocido en cualquier área de la vida social (menos en la política, obviamente): cocinero mediático, desbocado locutor radial o estrella de reality. No cualquiera puede ser un outsider.

Primero, es necesario impostar sensibilidad social. Un candidato a outsider, desde su esfera de trabajo, debe exagerar su vocación pública: protagonizar campañas sociales, indignarse ante la injusticia o amenazar con sacar a los militares para luchar contra la inseguridad. Todo vale con tal de exhibir empatía con los males del peruano de a pie.

Segundo, debe practicar el coqueteo político (que-sí-que-no-que-nunca-se-decide). No está mal reunirse con personalidades políticas, desde personeros de partidos con inscripción vigente y sin miembros, hasta dirigentes de reputadas organizaciones dispuestos a ‘renovarse’. Crear una organización –desde cero– resulta costoso; lo más rentable es fijar acuerdos con emblemas conocidos. De izquierda a derecha, tradicional o antisistémico, el outsider tiene un capital propio, atractivo para negociar con cualquier otro.

Tercero, debe probar la piscina. Aparecer en alguna encuesta de opinión es un aliciente para seguir en la brega, pero no es suficiente. Viene la fase de grupos focales, consultas a ‘expertos’ (“critico a Humala, ¿no?”), la ayudita de tuitstars (“causa, si me haces trendtopic, pasas una consultoría”) y un par de columnitas (“causa, lánzame pe”).

Soñar no cuesta nada. Y mientras más trivial sea nuestro debate público, más posible será la emergencia exitosa de este oportunista. Sin preparación especializada ni equipo, el outsider aprovecha la mediocridad política para beneficio suyo y perjuicio de las mayorías.


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