25.ABR Jueves, 2024
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Opinión

Mi hija Carmencita acaba de cumplir veintidós años. Estoy tan orgullosa de ella. Es una estudiante modelo. Solo le falta un año para graduarse de enfermera. Es la primera de su clase en la Universidad de Nueva York. Tiene media beca gracias a sus sobresalientes calificaciones y la otra mitad la pagamos con unos préstamos que nos da el gobierno de Obama por pertenecer a la pujante minoría hispana, préstamos que no pienso pagar ni loca y ya verá Carmencita si los paga poco a poco cuando trabaje como enfermera, por mi parte no hay apuro, como tampoco tengo prisa por pagar el préstamo que nos dio el banco para comprar esta casita en Kendall, a un paso de las megatiendas de Dadeland, en la que vivo con Silvio, mi marido. Yo voté por Obama y lo menos que él puede darme a cambio es imprimir muchos dólares y, con esos billetes, pagar mis deudas morosas al banco y prestarnos para que Carmencita se gradúe en un año, qué ilusión.

Le he dicho a Carmencita que si quiere estudiar una maestría apenas termine su carrera, yo la apoyo, le ofrezco todo mi respaldo maternal, sentimental, moral, aunque no puedo asegurarle que tendré los recursos para pagarle la maestría, porque ella sabe que, con mi modesto salario de locutora de Radio La Poderosa de Miami, no me alcanza para nada, ni siquiera para pagar la hipoteca de mi casita, pero, aun así, si quiere seguir estudiando, yo no puedo negarle mi apoyo, aunque, la verdad sea dicha, y esto no me atrevo a decírselo, me da pavor que me comunique que hará la bendita maestría, porque no sé cómo me las ingeniaría para colaborarle, creo que tendría que prostituirme, y el problema es que, siendo una gorda de cincuenta años, nadie pagaría por usufructuar mi cuerpo. O sea que yo le digo que estudie más, que haga maestría y doctorado si le nace, pero luego pienso por favor, Carmencita, baja un cambio, pon freno de mano, apenas te gradúes te ruego que consigas un trabajo y así no seguimos endeudándonos tú y yo. Y ella me dice que, luego de estudiar tres años, ya no está tan segura de que quiere ejercer de enfermera, y yo me quedo atónita, pasmada, y le pregunto y entonces qué vas a hacer, hijita, y ella me responde que quizá le provoque hacer una maestría para nutricionista en la Universidad de Long Island y yo le digo genial, suena fantástico, piensa en grande, el cielo es el límite, yo estoy contigo, Carmencita, me encanta que quieras ser enfermera y nutricionista y luego si quieres decoradora o chef, pero no me atrevo a decirle lo que de verdad estoy pensando: hijita, no tengo un mango, estoy seca, frita, quebrada, no puedo pagarte ni media maestría y si quieres te doy unas clases de nutrición (come fruta, toma agua, no comas harinas, evita los dulces, ya está, nena, con eso tienes media maestría) y nos ahorramos la bendita maestría, que de solo imaginarla me quedo corta de aliento.

Porque además está mi otra hija, Paulina, que estudia para veterinaria en la Universidad de Columbia, y a quien le faltan todavía dos años, dos años largos, para graduarse. Lo bueno es que ella tiene clarísimo que quiere trabajar apenas se gradúe y no le tienta para nada, Dios la bendiga, estudiar una maestría, se ve que ha salido a mí, que con las justas terminé el colegio Beata Imelda con las monjas alemanas en Chosica y luego hice un curso intensivo de Locución Comercial y Oratoria con las monjas de la Unifé y además he seguido cursos de Hipnosis con el Maestro Tony Kamo. Paulina ha nacido para cuidar animales, tiene un don para ganarse su confianza y aliviarles el dolor, y yo le digo que apenas se gradúe, abra un consultorio y me contrate como recepcionista, porque mis días en Radio La Poderosa están contados y creo que van a despedirme en cualquier momento por negarme a hacerle una felación furtiva al dueño de la estación, un cubano horroroso que piensa votar por Trump, qué mentecato.

Me hubiera encantado celebrar los veintidós de Carmencita con ella, pero no se pudo, no fue posible o, como dicen los futbolistas, “no se dio”. Le mandé una platita por Western, le escribí varios correítos insinuándole que quería caer como paracaidista yo sola, sin mi marido, para festejar su cumpleaños, pero ella no me respondió, no quiere conocer a Silvio, no le tiene estima, considera que soy una vieja puta por estar con un hombre veinte años menor. El día de su santo le escribí cinco correos, pero no tuve respuesta de Carmencita, y tampoco una línea tan siquiera de Paulina, me castigaron con el frío total, me congelaron mal. Hasta hoy no me responden, ya me escribirán cuando necesiten para sus viáticos o su movilidad, que yo mucho no puedo darles porque en La Poderosa me pagan poco y mi marido también anda ajustado en su trabajo como kinesiólogo del hotel La Nené de Hialeah.

Es una pena que Carmencita y Paulina se hayan distanciado de mí. Yo he sido madre soltera, las he criado sola como una leona, les he pagado todo su colegio (es un decir, fueron al colegio público de Kendall), las he llevado de viaje por todo el mundo (exagero, en realidad solo las he llevado dos veces a Disney en Orlando, pero cada viaje se me hizo un mundo) y las he sacado adelante como dos señoritas con principios rectos y alto sentido de la moral, vírgenes hasta donde yo sé, no alcohólicas, no drogonas, dos chicas responsables, estudiosas, de su casa, una con el anhelo de ser enfermera, la otra camino de ser veterinaria diplomada, ambas bilingües, súper fluidas en inglés, no como yo, que hablo un inglés que parece creole y la única lengua que hablo fluidamente es la del sexo oral, no sé si me explico. Yo no tengo la culpa de que Sandro, el papá de Carmencita y Paulina, falleciera en accidente de tránsito, alicorado, con un travesti llamado Yordi en el carro, en plena Costa Verde, cuando nuestras hijas eran niñas en edad preescolar. Y tampoco tengo la culpa, soy mujer, soy humana, necesito que me apachurren cada tanto, de haberme enamorado de Silvio, cosa que mis hijas no me perdonan. Pero así y todo hemos salido adelante las tres, y estoy tan orgullosa de ellas, y si no viajo a Nueva York a visitarlas es porque no me sobra el dinero y, me duele confesarlo, porque cada vez que les sugiero pasar unos días juntas, no tengo respuesta, es el silencio total, como me ha castigado con su mutismo Carmencita cuando le insinué que quería caerle con un champancito por sus veintidós.

Ya pasaron los santos de Paulina, que cumplió veinte, y Carmencita, que acaba de cumplir veintidós, y ahora se viene el de mi marido, que cumplirá treinta, qué emoción. Me encantaría hacer un viaje exótico con él, llevarlo a sitios de increíble belleza, darnos la luna de miel que nunca pudimos tener, por estar escasos de liquidez. Silvio me dice para ir a las islas griegas, o a las Baleares, o a Córcega, y yo le digo que si quiere ver islas y mucho mar, mejor subimos a nuestro Toyota y manejamos hasta Islamorada, Cayo Largo o Cayo Hueso y ya está, porque mar es mar, sol es sol, y erisipela es erisipela, y a las islas griegas solo llego por Google Maps, no sé si me explico, pues no me alcanza la caja chica para pagarme un viaje así, de ricachona, como los viajes de tres meses a Europa que se da mi hermana, dueña del veinte por ciento de la minera Volcán & Conchán.

Carmencita querida: si estás leyendo estas líneas, te extrañé muchísimo el día de tu santo, pensé mucho en ti, espero que te hayas divertido en grande, cuento los días para que te gradúes como enfermera y puedas conseguir un trabajo y de vez en cuando bajes a Miami a visitar a tu viejita y hacerme un chequeo gratuito de mis signos vitales. Silvio, que está a mi lado, te manda muchos besos y te ruega que si quieres estudiar una maestría, la hagas por Internet con el Maestro Tony Kamo, que no está el horno para bollos, mi amor.

Jaime Bayly
http://goo.gl/jeHNR


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