Fernando Ortega San Martín,Columnista invitad
Ante la inminencia de las elecciones regionales y municipales de octubre próximo, las últimas encuestas nos muestran el favoritismo hacia candidaturas que tienen a sus protagonistas presos o con procesos judiciales en marcha. ¿Por qué el electorado los premia con su voto a pesar de esos antecedentes?
Aventuremos una respuesta: no hay percepción pública sobre lo dañino y delictivo de la corrupción, porque vivimos en una economía y sociedad informales. Según el INEI, el 19% del PBI peruano se produce en condiciones de informalidad, por el 61% de la masa laboral del país. En realidad, eso significa que existen dos Perú: uno formal, más o menos ético, que trabaja bajo reglas aceptadas internacionalmente, y otro informal, en el que opera la ley de la selva. Lo peor es que, por el número de personas involucradas, el Perú informal es mayor que el formal.
Entonces, ¿cómo explicarle a una persona del Perú informal que la corrupción es mala, que daña a nuestra sociedad y que reduce nuestras oportunidades de futuro, si esa persona vive en un entorno donde no se respeta el orden legal?
Personas que no entregan comprobante de pago por sus ventas, o que pagan religiosamente un sol diario a alguien de una municipalidad para que les permita vender en la calle, o que circulan libremente con su vehículo de transporte público debiendo miles de soles en multas, o que obtienen oro de los cerros simplemente cavando sin preocuparse por su salud o la de los demás, ¿es posible que entiendan que la corrupción es un antivalor?, ¿no será que ven a los candidatos cuestionados por corruptos como mucho más cercanos a ellos?
Así, la informalidad es el principal desafío por vencer si queremos que nuestro amado Perú ingrese a la OECD (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). ¿Se imaginan a los participantes de una reunión oficial de la OECD en Lima cambiando dólares en la calle, tomando taxis con letreritos en el parabrisas y comprando artesanías de oro y plata SF (sin factura)?
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