Urpi Torrado
Gerente general, Datun Internacional
Fuimos la primera encuestadora en medir que el voto por el No en el proceso de revocación iba ganando terreno y que el margen a favor del Sí caía rápidamente. Qué de cosas no se dijeron en contra de Datum: que la alcaldesa Susana Villarán nos había pagado 50,000 soles, según Patricia Juárez (aunque luego negara que tuviera prueba alguna); que manipulábamos los resultados, desde la óptica de Marco Tulio Gutiérrez, y que nuestra metodología no era la correcta. Eso y más se dijo.
En toda elección, en cualquier país del mundo, acusaciones de este tipo son la regla y no la excepción.
Las lanzan quienes lideran las encuestas y ven cómo su margen de ventaja se va reduciendo, o quienes, perdiendo, ven cómo su intención de voto comienza a subir.
Quienes recurren a estas armas de desprestigio profesional en un proceso electoral siempre, sin excepción, lo hacen porque están convencidos de que las encuestas influyen significativamente en la tendencia en el voto.
Tres son las teorías más aceptadas sobre esta supuesta influencia electoral de las encuestas.
El elector promedio suele respaldar al que va primero en la intención de voto, afirman quienes creen en el “efecto de arrastre”.
O, también, el elector puede votar ya no por su candidato preferido, sino por otro con mayores opciones de ganar (una versión modificada de la anterior).
Por último, el ciudadano puede abstenerse de ir a votar si su candidato no tiene opción alguna.
Pues bien, al ser el voto obligatorio en nuestro país, queda claro que esta última teoría no se aplica a nuestro caso. Quedan las otras dos.
¿Existe un efecto de arrastre? Si existiera, quienes van primero en las encuestas deberían estar siempre en primer lugar. ¿Cómo explicar entonces el cambio, es decir, la reversión en la tendencia de la intención de voto, tantas veces observada en estas y en otras latitudes?
Queda solo una: la que plantea que podemos cambiar nuestro voto y favorecer así a quien tenga mejores opciones de triunfar. Lo cual es una posibilidad, claro que sí, pero tanto o más importante que el papel de las encuestas en la intención de voto son los errores y aciertos del candidato en campaña.
Si las encuestas fueran decisivas, se habría impuesto el Sí, Lourdes Flores habría ganado las elecciones municipales del año 2010 y nuestro laureado escritor Mario Vargas Llosa sería un expresidente.
El último simulacro de votación de Datum Internacional, difundido en el programa Sin medias tintas, de Frecuencia Latina (domingo 10 de marzo), ya anticipaba un final de fotografía, con un 52% a favor del Sí y un 48% del No. Si el elector se hubiera guiado por los resultados de las otras encuestadoras, que le daban un amplio margen al Sí, el llamado “efecto de arrastre” habría llevado a la revocación de la alcaldesa, que nunca se dio.
¿Qué explica entonces el triunfo del No? Los múltiples errores cometidos por los que perseguían la revocación.
Subestiman los políticos al elector cuando creen que este decide su voto en base a las encuestas. Más, mucho más importante que estas en la formación de opinión y de tendencias son las redes sociales, que han democratizado la información. Y las encuestas solo reflejan cómo el elector procesa la información. Buena o mala.
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