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Opinión

Paco tiene manchas negras y blancas sobre su cuerpo flaco, pero es su mirada lo que llama la atención.

Paco tiene manchas negras y blancas sobre su cuerpo flaco, pero es su mirada lo que llama la atención. La mirada de Paco agradece. Hace años, en la noche de Navidad, Paco, asustado por el ruido infernal de los cohetones, escapó de su casa y, aturdido, buscó refugio en un barrio de Salamanca. Desde esa noche, los vecinos de la calle Alelíes se convirtieron en su familia. Paco parecía devolver el cariño jugando con los niños y alertando con sus ladridos de la presencia de extraños. Hace unos días, Paco fue amarrado al parachoques de un auto y arrastrado varias cuadras por un miserable que se llama José Percy Chiroque, quien trató de justificar su salvajada diciendo que Paco atacó a uno de sus hijos. Paco, felizmente, se salvó. Años atrás, en 1882, en Madrid, España, vivió un perro también llamado Paco. Este Paco español era igual de querido que el Paco local. Acompañaba tertulias en bares y dormía en la platea de los teatros. Era tan popular que los diarios registraban sus andanzas. Una tarde llegó con los madrileños a la plaza de toros y, libre como era, entró al ruedo a jugar. El torero, sintiendo que Paco amenazaba su otro crimen, lo mató de un sablazo. Un solo nombre para dos historias de abuso que demuestran que, pese a los años, poco hemos avanzado los humanos en cuestión de humanidad.


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