En estos días ha saltado con fuerza el tema de la doble nacionalidad en el ambiente electoral: al ser el flanco débil de la candidatura de Pedro Pablo Kuczynski (PPK), la táctica parece ser sacar al fresco los antepasados foráneos de los demás postulantes.
Así, PPK acusa a Keiko Fujimori de tener pasaporte japonés. Esta lo niega tajantemente, pero no puede ocultar que su padre postuló al Congreso de Japón. El cholo Alejandro Toledo está casado con una belga y su hija Chantal, quien también debe tener pasaporte europeo, ha pasado más tiempo en Francia que en el Perú y, si seguimos hurgando en los antepasados y descendientes de los demás candidatos, probablemente encontremos realidades parecidas.
¿Tiene esto algo de malo? La verdad, no encuentro por qué tener doble nacionalidad hace menos peruanos a los peruanos y les impide servir con devoción a su país. Mi padre fue italiano y migró al Perú a los 14 años. Yo tengo pasaporte italiano al igual que mis hijos, y nunca he sentido que esa condición me haga menos patriota.
El tema está cobrando ribetes tan ridículos que han aparecido memes que acusan a Salomón Lerner Ghitis de judío, como si eso fuera un pecado.
Somos un país cuyo origen mismo está en la relación de culturas y pueblos distintos. Los españoles fueron los primeros y luego llegaron africanos, chinos, japoneses, italianos, palestinos, judíos y muchos más. Apelar al origen inmaculado, a la peruanidad pura, a la negación de los “otros”, es mezquino y ridículo.
Es verdad que Pedro Pablo Kuczynski prometió renunciar a su nacionalidad norteamericana. Ahora le toca honrar su palabra si quiere ganarse el respeto de los electores, pero ese hecho no debe permitir que la campaña se impregne de un sentimiento xenófobo.
Ya tenemos bastante con las idioteces de Donald Trump como para andar repitiendo ese discurso por esta tierra mestiza.
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