Alfonso Grados, Opina.21
agrados@intercorp.com.pe
La desaparición de Julio César Balerio golpea a quienes lo conocimos y quisimos. Gané su amistad desde que llegó a Cristal, en 1994. Yo presidía la Comisión de Fútbol, trabajando con mi buen amigo Pancho Lombardi, quien lideraba el club. Con el ‘Viejo’ en el arco logramos el tricampeonato y llegamos a la final de la Copa Libertadores. Estos logros habrían sido imposibles sin la calidad y personalidad de Julio, excelente arquero y líder nato por temperamento, camaradería y entrega.
Paradójicamente, las imágenes de Julio que más recuerdo no son las de un gol salvado, un penal atajado o un saque largo para la cabeza de Maestri, sino otras que lo marcaban como un buen compañero y un deportista altamente competitivo.
La primera es Balerio con su buzo remangado y su vincha apretada, preparando el asado en las reuniones del plantel. Nunca he probado mejor parrilla, le venía el ‘expertise’ de sus orígenes rioplatenses. La otra es verlo llorar tumbado en el piso del camarín del estadio en Belo Horizonte, tras la caída ante Cruzeiro en la final. Y diciéndome: “Recién vi la pelota cuando estaba a mi costado, no pude desviarla, nunca más podré ser campeón”.
Tranquilo, querido ‘Viejo’, fuiste un campeón y un hombre de bien porque siempre diste lo mejor de ti. Descansa en paz, querido amigo. Algún día compartiremos otra parrilla en el cielo.
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