Imagine que usted puede escanear los productos que desea comprar, a fin de obtener una tabla comparativa de cuáles son las marcas más saludables disponibles, en términos de nutrientes y calorías. Ahora imagine que su mapa genético ha sido descifrado, y que usted ya sabe que para evitar contraer una enfermedad, como una diabetes, deberá reducir el consumo de ciertos nutrientes y aumentar el de otros.
Lo que le invito a imaginar está mucho más cerca de hacerse realidad de lo que piensa. En el Reino Unido ya hay una aplicación llamada FoodSwitch, que permite realizar esa comparación, a partir de un simple escaneo de los códigos de barra de los productos. Y en Estados Unidos ya se ofrece descifrar nuestro mapa genético, para que podamos implementar un plan de nutrición y ejercicio personalizados para prevenir enfermedades que –casi con total certeza– contraeríamos por nuestros genes.
El mundo empieza a valorar una alimentación saludable hecha –cada vez más– a la medida de las necesidades de cada uno. Y tanto las empresas como los reguladores deben tomar nota, para adecuarse a una nueva era en la que el consumidor tendrá más información y libertad para elegir. Las primeras para reformular sus productos antes que la competencia, y los segundos para incentivar que las reformulaciones de productos no solo incluyan una reducción de nutrientes como el azúcar, la sal y las grasas, sino el incremento de otros como la fibra, las grasas no saturadas, la vitamina D y el calcio.
El primer paso es realizar acá un estudio de perfiles nutricionales (no todas las poblaciones necesitan lo mismo), y que empresas y reguladores lleguen a acuerdos que permitan reducir ciertos nutrientes en el tiempo e incrementar aquellos que nuestra población más necesita.
Todos necesitaremos ‘ponernos a dieta’.
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