Las campañas electorales son terrenos fecundos para diseminar rumores. Más aún en un país donde la desconfianza es norma y el “todo el mundo sabe que…” ley.
Todos sabemos que la realidad que nos presentan los diarios y noticieros no es real, y todos sabemos que hay espurios intereses detrás; todos sabemos que hay una mano oscura que controla el devenir del país tras bambalinas; todos sabemos que existen poderes fácticos compinchados para echar andar la maquinaria política en contra de nosotros, los ciudadanos.
Y todos sabemos que no hacen falta pruebas para que esas ideas calen hondo, para que numerosos opinólogos las repitan un día sí, otro también, sin aportar la más mínima evidencia, sin importar que la teoría de la conspiración del día contradiga a la que sostuvieron ayer y antes de ayer. Da igual. Todos sabemos que políticos y empresarios de este país son una manga de pillos superdotados que se dedican 24/7 a complotar en contra de los 30 millones de peruanos, ¿no es cierto?
¿Por qué creemos con tanta facilidad en teorías de la conspiración? ¿Por qué estamos dispuestos a aceptar que ahí afuera hay en marcha un complot que amenaza nuestra democracia/bienestar? ¿Por qué personas inteligentes, cultas y racionales sucumben ante la supuesta verdad revelada de esos cuentos de hadas para adultos de los que podrían alimentarse los guiones de ‘Scandal’ o ‘House of Cards’?
Porque queremos, y porque nuestras creencias nacen de nuestros miedos, nuestras esperanzas y nuestros deseos. Dice Cass Sunstein, catedrático de Derecho en Harvard y autor de On Rumours: “Tomar por buenas ciertas ideas nos hace sentir bien, o mejor, mientras que descartarlas nos haría sentir mal, e incluso miserables”. Y la mayoría de las veces no importa que tengamos a nuestra disposición evidencia en contra. Aquí actúa un mecanismo psicológico llamado sesgo de confirmación: tendemos a procesar información de manera que encaje con nuestras propias creencias o inclinaciones.
Además, por si esto no era suficiente, los seres humanos tendemos a rodearnos de personas que comparten nuestros prejuicios e ideas. Cuando una persona se reúne con otra que piensa de manera similar, suelen confirmar mutuamente sus creencias, tanto que, al terminar de conversar con nuestros pares, casi seguro tendremos una versión aún más extrema de nuestra creencia inicial. Esto se llama polarización grupal y, al igual que el sesgo de confirmación, funciona mejor cuando hay motivos para indignarse. “Cuando la gente está indignada, está más dispuesta a creer rumores que justifiquen su estado emocional”, escribe Sunstein. Estos rumores o teorías no solo ofrecen un alivio emocional, sino que nos brindan una explicación, una explicación que se amolda y satisface nuestros prejuicios.
¿Se ha sentido indignado últimamente, le ha llegado un nuevo whatsapp que explica de manera irrefutable nuestra debacle política, ha conversado de ello con sus amigos? Cuidado, su cerebro puede estar haciéndole una mala pasada.
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