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Opinión

Desde que a principios de la década de los 2000 Apple cambiara para siempre la industria musical, muchos nos hemos preguntado ¿por qué no ha ocurrido lo mismo con la industria de medios, por qué no han aparecido un iPod y un iTunes para las noticias?

El problema fundamental con esa pregunta es que lo que en realidad estábamos preguntando es ¿por qué no hay un gadget o una app que permita a la gente pagar por artículo en lugar de por el periódico completo? Sin atender a los cambios más profundos que se produjeron en la industria musical.

De hecho, la pregunta está tan mal concebida, que pasábamos por alto que la dichosa app ya existe. Se llama Blendle, cuenta con el respaldo de The New York Times y el gigante de medios alemán Axel Springer, además de haber firmado convenios con Economist, The Washington Post y otras publicaciones de prestigio. Les repito el nombre: Blendle. ¿Les suena? Ni a ustedes ni a casi nadie.

Pese a que en agosto de 2016, su cofundador Alexander Klöpping anunció en la página de Medium de la empresa que habían alcanzado la mágica cifra de un millón de usuarios, puede decirse que el impacto de Blendle en la industria de medios es cuando menos discreto: su app en inglés sigue en Beta desde que aparecieron en marzo de 2016, si uno quiere utilizarla debe anotarse en una lista de espera, su cuenta de Twitter no alcanza los tres mil seguidores, ni Klöpping ni nadie ha vuelto a publicar nada en esa página de Medium desde entonces… Si esta es la revolución que cambiará nuestra industria, los usuarios no se han dado por enterados.

La razón por la que Blendle o cualquier otra app no será el “iTunes del periodismo” es porque ya hay uno. Se llama Facebook y ha hecho con las noticias lo que Apple hizo con la música. Como argumenta Simon Reynolds en su libro Retromania: Pop Culture’s Addiction to Its Own Past, “con la llegada del MP3, la música se convirtió en una moneda devaluada en dos sentidos: porque hay demasiada (como cuando durante una hiperinflación los bancos imprimen demasiado dinero), pero también por la forma en que esta circula en la vida de las personas como una corriente o flujo. Esto ha hecho que la música parezca un utility (como el agua o la electricidad) en lugar de una experiencia artística a cuya temporalidad debíamos sujetarnos. La música se ha convertido en un suministro continuo”. De forma similar, el flujo constante e infinito que supone Facebook ha hecho que lo que antes llamábamos noticia y hoy conocemos como contenido pierda su valor intrínseco (su valor informativo) para pasar a ser una mera forma de entretención.

Porque contenido son también las fotos de los bebés de nuestros amigos, el último video de un gato gracioso o la airada queja de un cliente insatisfecho con una marca o servicio X. El caudal de contenido es tan grande que, para no perder relevancia y/o presencia, para poder producir más e intentar luchar por la atención de los usuarios, los medios noticiosos han debido rebajar sus estándares y redefinir lo que consideran una noticia. De ahí todos esos artículos que no son sino menciones a contenido capaz de llamar la atención producido por otros usuarios en redes sociales (una foto, un video, una declaración de rabia o amor, lo que sea) sin que el más mínimo proceso de comprobación periodística tenga lugar. La supuesta demanda informativa es tal que no hay tiempo para eso. Los medios y los periodistas no somos inocentes, por supuesto. Alguien ha tenido que encargar y redactar todo ese contenido de dudosa calidad que inunda nuestro timeline y compite por nuestra atención, sin importar ya no solo su valor sino incluso su veracidad.

La música se hizo ubicua e infinita –aunque de menor calidad técnica– gracias al iPod y iTunes, Facebook ha hecho lo propio con la información.


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