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Opinión

Desde un punto de vista meramente electoral, hablando únicamente de votos, la respuesta a lo ocurrido en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre es sencilla: Hillary Clinton no consiguió movilizar a su supuesto electorado. Algunos datos que ilustran este punto:

– Clinton consiguió el 88% de los votos de afroamericanos frente al 93% que alcanzó el presidente Obama en 2012. No solo Clinton lo hizo peor que el anterior candidato demócrata, Trump mejoró resultados de Mitt Romney en 2012, 8% frente a 7%.

– Entre los latinos, la cosa no fue mucho mejor para Clinton. Pese a que todos los analistas hablaban de la marea “hispanic” a favor de la candidata demócrata hasta el mismo 8 de noviembre, al final no hubo tal. Solo el 65% de sufragantes latinos votaron por Clinton, frente al 71% que lo hizo por Obama en 2012. Y Trump también superó a Romney aquí, 29% frente a 27%.

– Entre los electores “blancos”, Clinton solo consiguió el 37% de los votos, frente al 39% que había logrado Obama en 2012.

– Los votantes menores de 30 años, si bien apoyaron mayoritariamente a Clinton, también lo hicieron con cifras menores a las de Obama: 55% versus 60% en 2012. Trump empató el 37% que consiguió Romney.

– Ni siquiera las mujeres ofrecieron un apoyo determinante a Clinton, que solo consiguió el 54% de esos votos. Obama alcanzó el 55% en 2012 y, por increíble que parezca, Trump logró un 42%.

– Trump se hizo con cuatro estados claves en victorias inesperadas: Pennsylvania, Michigan, Wisconsin y New Hampshire. Obama ganó los cuatro en sus dos elecciones.

Para resumir el revoltijo de números, las palabras de Dan Pfeiffer, ex asesor de comunicaciones y estrategia del presidente Obama: “A veces la política es sencilla: los demócratas no fueron a votar y ahora Trump es presidente con los mismos votos que Romney”.


[Evolución del voto popular en las tres últimas presidenciales]

Ante las cifras, la pregunta inmediata es ¿por qué? Y aquí es donde las respuestas se tornan infinitamente más complejas. Por ello, resulta ridículo leer y escuchar a periodistas y analistas buscando como locos una bala de plata, una respuesta o dato único, suerte de verdad revelada, que ofrezca una explicación total. Por supuesto, esa explicación omnicomprensiva no existe y debemos desconfiar de todos aquellos que gritan “racismo”, “corrupción”, “angustia económica” o “aislacionismo” y se queden tan anchos. El cóctel es mucho más complejo y no es fácil pintar el fresco que ayude a comprender lo que ocurre en EE.UU. Si les interesa el tema, les recomiendo un libro de 2013: The Unwinding (El desmoronamiento), de George Packer.

La desconfianza que los propios americanos sienten ante su democracia, sistema y clase política resulta difícil de explicar para quienes venimos de fuera. Una anécdota de muestra:

Esta mañana fui a tomar café con una amiga periodista americana. Luego del café acudimos a un local mitad estudio de yoga, mitad espacio de co-working que mi amiga utiliza como oficina a diario. Ahí, descalzos, sentados en el suelo, vimos en la computadora y en directo a Hillary Clinton aceptando su derrota. No tardaron en unírsenos tres personas que estaban también trabajando ahí. Dos mujeres y un hombre. Blancos, de clase media acomodada según delataba su ropa y de tendencia claramente progresista (estamos en un local que es estudio de yoga y oficina a la vez, recuerden).

Los tres compartían la tristeza y desconcierto de mi amiga, pero un detalle los diferenciaba de ella. Los tres, ni bien Clinton terminó de hablar, dejaron claro con un par de comentarios que la victoria de Trump no era sino consecuencia de lo podrido y roto que está el sistema y de la corrupción de la élite de Washington. Recapitulo: tres ciudadanos americanos blancos progresistas de clase media alta que viven en la capital del país opinan de su clase política y su democracia exactamente lo mismo que aquellos a quienes desprecian por haber votado a Trump. Ese es el Estados Unidos con que debemos lidiar al día siguiente de la victoria de Donald Trump.


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