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Opinión

Hace poco, en una reunión de amigos, entre copas de vino y charla política, dije que los periódicos formamos parte de la industria del entretenimiento. No es la primera vez que lo decía, lo dije hace un año en una entrevista que me hicieron, pero nadie la leyó o no me hicieron mucho caso, porque no levantó mayor revuelo. En esta pequeña reunión, donde todos éramos periodistas, escritores o alguna variante de gente a la que se le paga por leer y escribir, en cambio, se me lanzaron al cuello. La intelligentsia miraflorina no iba a dejarme escapar esta vez: ¿Cómo es posible que digas eso? Los medios tienen una responsabilidad ante la ciudadanía, no son un mero entretenimiento.

Yo sé que parece increíble, pero hay periodistas que piensan que la gente se levanta temprano por la mañana, se ducha, se prepara el café, se sienta a la mesa, dispone los periódicos (varios y en papel, porque leer solo uno y en una pantalla es de plebeyos incultos) y se dice a sí misma en voz alta: Bueno, ahora voy a informarme. Por supuesto, esa gente no existe, ni ha existido nunca. Pero, ¡ay de ti como se te ocurra intentar argumentarlo en una discusión entre “colegas”!

La sola idea de que su trabajo, ese tan importante sin el que la sociedad no podría vivir, ha de competir por la atención de usuarios de Internet con el último test gatuno de Buzzfeed, el nuevo video de la vedette de turno, el enésimo escándalo de Justin Bieber o enésima repetición de un gol de Paolo Guerrero (ejem), amenaza con producirles un aneurisma. No, lo nuestro no es entretenimiento, es un servicio público imprescindible y debe ser tratado y consumido con el respeto que se merece. Ah, ok.

En agosto de 2015, Stephen J. Dubner, el famoso coautor junto a Steven Levitt del libro Freakonomics, publicó un podcast de su programa de radio titulado Why Do We Really Follow the News? Como algunos saben, Dubner y Levitt se convirtieron en un fenómeno cultural a mediados de los años 2000 por explicar aspectos de la vida cotidiana, política y de la sociedad desde un punto de vista económico y heterodoxo. Así que Dubner, en el podcast, plantea que quizá la razón verdadera por la que seguimos las noticias no es el deber ciudadano, ni el deseo de ser mejores personas, ni la convicción de que estar mejor informados nos ayuda a tomar mejores decisiones, sino porque, en el fondo, nos entretienen.

Por supuesto, hay quienes desde su torre de marfil con vista al malecón piensan que la palabra entretenimiento es una invitación al pecado y el advenimiento de los bárbaros. Pero no. Como explica uno de los invitados al programa de Dubner, el economista Matthew Gentzkow, los seres humanos buscamos construir y contarnos historias sobre lo que nos ocurre. “A la gente le gusta pensar en sus propias vidas como una historia (…) y lo que ocurre en el mundo a mi alrededor provee el contexto para ese relato”. Y, por supuesto, esas historias han de ser entretenidas. Tanto las nuestras como las ajenas. De lo contrario, quién les prestaría atención. De hecho, otro de los expertos entrevistados por Dubner explica que “es muy posible que el componente de entretenimiento de la política –esa suerte de carrera de caballos– es lo que hace que mucha gente le preste atención”. O qué, ¿piensan que todos aprendimos de estadística y estuvimos a punto de colapsar la página web de la ONPE los días siguientes a la segunda vuelta por puro sentido del deber y no porque nos divertía?


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