Los días posteriores al referéndum en que los británicos decidieron mayoritariamente abandonar la Unión Europea, un video de poco más de un minuto se propagó por redes sociales. No hubo web informativa que no lo reprodujera, ni analista contrario al Brexit –como se bautizó a la salida de Reino Unido de la UE– que no elevara la voz ante la hipocresía de Nigel Farage, uno de los principales rostros de la campaña a su favor. En el video se puede ver cómo Farage admite con tranquilidad que una de las más famosas ofertas hechas por los suyos –destinar los 350 millones de libras que Reino Unido supuestamente envía a la semana a la UE al financiamiento del sistema de salud británico– era en realidad una exageración imposible de cumplir.
Lo sorprendente no es que Farage mienta de esa manera escandalosa, ni siquiera que se muestre absolutamente cómodo admitiéndolo; lo realmente sorprendente es que a estas alturas sigamos indignándonos y descubriendo con asombro que los políticos nos mienten. Lo explicaba el politólogo español Jorge Galindo: “El voto del Brexit ha estado sesgado hacia las clases más modestas y las personas con menor cualificación. Precisamente aquéllas que, en principio, más se benefician de un sistema de sanidad universal bien equipado y financiado. Pero Farage y el UKIP no representan necesariamente el voto de toda esta gente. Ni su agenda tiene por qué coincidir en el largo plazo. Pero mantener la ficción del acuerdo amplio, vago, en el que todos ganamos aunque no se sepa bien qué, era imprescindible para conseguir el apoyo de la mitad más uno en el referéndum”. Las palabras clave en ese entrecomillado son “ficción” y “conseguir”.
Como explican Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith en su libro ‘The Dictator’s Handbook: Why Bad Behaviour is Almost Always Good Politics’, el principal motor en una contienda política es la ambición personal de los políticos. ¿Y cuál es su mayor ambición? Hacerse con el poder. Bueno de Mesquita y Smith dicen más: “¿Por qué los políticos hacen lo que hacen? Para hacerse con el poder, mantenerse en el poder y, en la medida de sus posibilidades, mantener el control del dinero”. Podemos indignarnos y lanzar soflamas moralistas, pero nada de ello ayudará a entender mejor cómo se hace política. Y sin entender esos mecanismos básicos, es imposible cambiar o mejorar nada.
Barton Swaim es un escritor norteamericano que durante cuatro años trabajó como consejero del gobernador de Carolina del Sur. Hacia el final del libro en que relata su experiencia, ‘The Speechwriter’, Swaim lidia con la decepción política: “Cuando admiramos a un político y le damos nuestro voto, lo hacemos porque creemos que su más ferviente deseo es contribuir al bienestar de la nación o tomar las decisiones correctas sobre el manejo del dinero público. Ese puede que sea un deseo, pero no es lo que lo mueve. Lo que lo mueve es la sed de gloria; el bien público, a su modo de ver, es un medio para un fin. Así que, cuando un gran hombre de Estado consigue una meta encomiable, hacemos bien en elogiarlo como desea. Pero cuando nos vemos sorprendidos o disgustados porque el hombre que admirábamos se ha humillado a sí mismo y a su puesto, ya no solo se trata de que hemos juzgado mal a un hombre, sino que hemos entendido mal la naturaleza misma de la política moderna”. Y nuestro trabajo es entenderla.
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