Una de las historias dominantes de esta campaña eterna y alocada ha sido el peso que los cambios demográficos del país están teniendo en la suerte de los dos candidatos y en el futuro de los dos grandes partidos. El cambio etnográfico es imposible de ignorar y la campaña ha estado signada por él. Según explica el experto en demografía William H. Frey, conocido por su libro de 2014 Diversity Explosion, 2011 fue el primer año en que nacieron más niños no–blancos en la historia de Estados Unidos. Según las predicciones de Frey, para 2050, el país dejará de ser mayoritariamente blanco para pasar a no tener, por primera vez desde su fundación en 1776, una mayoría étnica dominante. Entre las –por ahora– minorías, la más grande y robusta es la latina, que cuenta hoy con el 16% de la población. Latinos y asiáticos –por ahora el 5% de la población– son los dos grupos étnicos de más rápido crecimiento y, según los cálculos de Frey, ambos crecerán por encima del 100% para 2050. Lo mismo ocurrirá con las personas identificadas como de dos o más razas, que hoy suponen el 1.9% de la población y crecerán casi en 200%.
Frey compara el cambio étnico del país con el boom demográfico de mediados del siglo XX, el famoso “baby boom”, y afirma que “si se planifica de forma adecuada, estos cambios permitirán al país enfrentar el futuro con crecimiento y vitalidad, renovando el clásico crisol americano para una nueva era”.
Por supuesto, no todo el mundo es tan optimista respecto a ese panorama de diversidad americana. Y el candidato republicano Donald Trump ha sabido aprovecharse de ello. Desde su ya famoso discurso de junio de 2015, cuando llamó a los inmigrantes mexicanos –para luego reafirmarse más de una vez– criminales, narcotraficantes y violadores.
Como señalaba en una entrevista el analista conservador David Frum, quien publicó el 2 de noviembre un extenso artículo titulado “La argumentación conservadora a favor de votar por Clinton” en The Atlantic, “a la mayoría de la gente le importa más lo que los candidatos sienten por ellos que lo que esos candidatos vayan a hacer o no por ellos”. Y dado que el plan de gobierno de Trump es una gigantesca incógnita encima de una montaña de incongruencias sazonadas por adjetivos como “hermoso”, “grandioso” y “mejor”, parece que sus palabras –y ofensas– no han pasado desapercibidas para los electores con raíces latinas. Según la última encuesta del site Politico del 5 de noviembre, Clinton aventaja a Trump en 34 puntos entre los votantes de origen “hispanic”. Según la misma encuesta, la ventaja para Clinton entre la población general es de solo 3 puntos.
En ese contexto, Florida, un estado tradicionalmente republicano pero a la vez con una enorme población de origen latino, se ha convertido en lo que el estadista Nate Silver llama “estado tipping point”. Es decir, el estado que, por la configuración de los resultados en otros estados en disputa y aquellos otros donde los partidos tienen ya asegurado el reparto de delegados, se convierte en decisivo a la hora de dictaminar quién gana la elección. Tan importante es Florida que el presidente Obama pasó ahí el domingo, con la camisa arremangada, confrontando a Donald Trump, a quien llamó mentiroso, y animando a la población hispana a votar.
Por el momento, las encuestas dan un empate técnico a Clinton y Trump en Florida, aunque si nos fijamos en aquellos que ya votaron por adelantado, las chances para la candidata demócrata pintan bastante bien: el 41% de los latinos que han votado con antelación en Florida están registrados como demócratas, mientras que solo 29% como republicanos. La carrera es demasiado ajustada como para predecir un ganador, pero mañana, martes 8, los ojos de Estados Unidos estarán puestos en la meta de Florida.
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