Hace un par de semanas conversaba con un conocido brasilero, físico y ex profesor del MIT, que lleva viviendo tres décadas en el Perú. Es un hombre sereno, de una curiosidad omnívora y contagiosa, y al que nunca he escuchado decir una mala palabra acerca de nadie. Mientras charlábamos, le pregunté qué es lo que más le seguía sorprendiendo de este país. No tardó mucho en responder, como si fuera algo en lo que pensara constantemente: la cerrazón ideológica y el enorme peso que tiene en la gente. Me extrañé un poco por la selección del término. No tardamos mucho en convenir que no se refería a la habitual acepción política/partidaria de la palabra ideología, sino a un sentido más amplio, el del conjunto de ideas de distinta índole que gobierna o caracteriza la visión de mundo de una persona o un grupo. Para que la definición que este conocido utilizaba de ideología esté completa habría que sumarle la dimensión moral.
Que un conjunto más o menos organizado de ideas guíe la forma que tenemos de entender lo que ocurre a nuestro alrededor no solo no está mal sino que es inevitable y necesario. Los seres humanos somos por naturaleza seres sociales, y son esas ideas las que le otorgan cohesión a los grupos que formamos. Tendemos a juntarnos –como pareja, grupo de amigos, partido político, etc.– con quienes piensan como nosotros, con quienes compartimos una mayor cantidad de rasgos ideológicos/morales.
Ocurre que, como explica Jonathan Haidt en su libro The Righteous Mind, esas ideas o razonamientos (para ser más específicos) ocurren a posteriori. Es decir, la mayoría de veces, las razones que esgrimimos para justificar nuestro comportamiento o actitudes son construcciones que suceden a esas actitudes. Primero vienen nuestras tomas de posición (guiadas por intuiciones propias o de nuestro grupo), luego las razones que utilizamos para respaldarlas. Esas razones son las que constituyen aquello que llamamos ideología (y moral), en el sentido que explicaba líneas arriba.
Cuando alguien dice que no tiene una ideología o que las ideologías son cosa del pasado, está mintiendo (por lo general un político) o no ha reflexionado lo suficiente al respecto.
Es la ideología la que define la manera en que somos en sociedad, cómo nos relacionamos o juzgamos a los nuestros y los otros. Por ello es fundamental entender su proceso de formación. Como escribe Haidt: “Si piensas que el razonamiento moral es algo que utilizamos para descubrir la verdad, te verás constantemente frustrado por lo tonta, prejuiciosa e ilógica que resulta la gente cuando está en desacuerdo contigo. Pero si piensas en el razonamiento moral como una habilidad desarrollada por los seres humanos para sacar adelante nuestros intereses sociales, para justificar nuestras acciones y para defender los equipos a los que pertenecemos, entonces las cosas tienen mucho más sentido”.
Solo entendiendo esto, de dónde vienen y a dónde van las ideas propias y ajenas, es posible una conversación, es posible la empatía necesaria para discutir y alcanzar los acuerdos que una sociedad moderna y funcional demanda. Lo dice mejor que yo Haidt: “Si en realidad quieres cambiar la manera que alguien tiene de ver un asunto político o moral necesitarás ver las cosas desde su punto de vista y del tuyo. Y si en realidad consigues ver las cosas a su modo –profunda e intuitivamente– entonces quizá incluso consigas abrir tu propia mente. La empatía es el antídoto para la superioridad moral”.
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