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Ayer, mientras las redes sociales estallaban con la enésima ridiculez de este accidentado proceso electoral, y luego de perder un buen par de horas leyendo bromas en Twitter y Facebook, una idea me cruzó por la cabeza y ya no me dejó reír tranquilo.
Algunos de nosotros, en la comodidad de nuestras oficinas con aire acondicionado en Lima, podemos reír a carcajadas mientras repartimos likes y retweets a diestra y siniestra, pero en realidad la involuntaria broma del diario El Peruano no es sino otro ejemplo más del desastre institucional que somos como país.
Tras 15 años de democracia y otros tantos de sorprendente crecimiento económico, no hemos hecho nada, o casi nada, para que nuestras instituciones lleven a cabo la función más esencial: representar y proteger a los peruanos.
Si juzgamos los números desapasionadamente, descubriremos que somos un fracaso como país y a la gente que debe sufrir huaicos, cierres de carreteras, asaltos a mano armada, manifestaciones violentas y carga policial un día sí y otro también no le debe hacer ninguna gracia.
Creo que no nos damos cuenta, pero el camino para que un día aparezca un nuevo líder mesiánico prometiendo resolver todos nuestros problemas de golpe –en todas sus acepciones– sigue igual de pavimentado… qué va, alfombrado, que hace 20 años.
Y ahí, si llegamos a eso, lo siento, no nos quedará sino dejar de reír. Porque la broma hace tiempo ya que habrá acabado.
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