Jonathan Shainin, editor de reportajes del Guardian, tuiteó el sábado aún con la resaca electoral a cuestas cuatro días después: “El verdadero ganador de estas elecciones es la monocausalidad”. Shainin se burlaba de la necesidad de algunos periodistas, analistas y parte del público de encontrar una explicación, una razón única y casi mágica que explicara la victoria de Donald Trump en las elecciones del 8 de noviembre. Una causa, inadvertida para todos o casi todos, que explicara lo inexplicable.
La búsqueda de esa causa, además, se ha traducido en la búsqueda de un responsable. ¿A quién podemos echar la culpa de ese desastre?, parecen preguntarse miles de artículos en medios y miles de posts en redes sociales. Y en ese trance, el dedo acusador ha caído sobre multitud de condenados.
Como escribía el comentarista Alex Pareene en Deadspin, en un artículo titulado “Fuck Everything and Blame Everyone” (“Que se joda todo y échales la culpa a todos”). “Culpa a la gente blanca. A los hombres blancos en particular, pero guarda suficiente culpa para las mujeres blancas. Culpa a la gente vieja también. Y a los ricos, como siempre. Culpa al público en general porque Donald fucking Trump obtuvo más votos que el Pato Donald (…) Culpa al partido y a los Clinton, y culpa a casi todos en la cúpula de la campaña de Hillary Clinton por limpiar el camino a su coronación, sin hacer caso a todos los indicadores que hablaban de su inamovible y generalizada falta de popularidad; por intentar imponer a la más emblemática representante del establishment en una era anti-establishment (…) Culpa a la prensa por ser absolutamente incapaz de manejar estas elecciones con responsabilidad, por permitirse ser intimidada por un bufón que amenazó constantemente sus puestos de trabajo e incluso su seguridad física”. Pareene continuaba así, disparando a diestra y siniestra, por poco más de 1,000 palabras, diseminando culpas y rabia, haciendo ver que tan ridículo como buscar un único culpable es culpar a todos al mismo tiempo.
Pero más allá de la inteligencia y cinismo de ese ejercicio retórico de Pareene, la mayoría de periodistas y público se ha entregado con los brazos abiertos a la falacia de la “monocausalidad”. Y ahí, a la hora de elegir un culpable, la prensa –así en general– ha sido uno de los favoritos. Incluso para la prensa misma. El otro favorito entre los periodistas ha sido Facebook, pero eso será motivo de otro análisis en otro momento. Por razones que se me escapan, muchos periodistas han corrido felices a empuñar el látigo y autoflagelarse, incluso algunos de los más perspicaces, como Mathew Ingram, analista de medios de Fortune, quien optó por ese lamento dizque autocrítico en Twitter: “Así que toda la verificación de las mentiras de Trump, todo el periodismo de investigación sobre sus fracasos, incluso los audios… nada de eso significó nada”.
Este malentendido, por supuesto, tiene múltiples fallas de origen. Las tres más importantes, creo, son las siguientes:
–Al decir que los medios han fallado, se está asumiendo que es trabajo de la prensa decidir y decirle a la gente por quién votar. Y no lo es. En un proceso electoral, es trabajo de la prensa aportar la mayor información posible acerca de los candidatos. De hecho, como señaló The Cook Political Report, según encuestas realizadas el mismo día de la votación, el 60% de los votantes tenía una mala opinión de Trump, aunque el 15% de esos votantes votó por él. El 63% de los votantes señaló que “no tenía el carácter para gobernar”, y aun así 20% de esos optaron por él. Y, por último, el 60% de los votantes opinaba que no estaba calificado para ser presidente, pese a lo cual 18% de esos mismos votantes le dio su voto. Ante esas cifras, resulta difícil defender que la prensa no hizo su trabajo. El público sabía bien quién y cómo es Trump, y si lo sabía, es por el trabajo que muchos periodistas realizaron. Ocurre que hubo quien decidió que eso no era lo importante y votó por él de todas formas. Como escribió en Politico el crítico de medios Jack Shafer: “En el mejor de los casos, el periodismo solo puede proveer de una serie de recomendaciones de tráfico. No es ni puede ser una suerte de piloto automático para el viaje de la vida. Los votantes son libres de leer o ignorar los descubrimientos de la prensa o, como señala The Cook Political Report, de absorber y estar de acuerdo con esos descubrimientos y luego emitir su voto de forma que los contradigan o vayan en contra de sus creencias”.
–Es cierto que la mayoría de periodistas somos animales de letras y los números no son nuestro fuerte, pero resulta incomprensible que sigamos diciendo que las encuestas o los modelos de predicción fallaron cuando no ha sido así. Las más serias entre las primeras daban ganadora a Hillary Clinton por un par de puntos y, de hecho, en el voto popular ha sido así (el sistema electoral americano se basa en colegios electorales, no en el voto total), mientras que los modelos de predicción, como el empleado por Nate Silver de FiveThirtyEight, daban a Trump alrededor de un 15% o 20% de probabilidades. No sé cuántas veces hace falta decir que improbable no es idéntico a imposible. De hecho, el mismo Silver, en los días previos al 9 de noviembre advirtió de que, sobre la base de las múltiples encuestas nacionales y locales, las probabilidades de una victoria de Trump habían subido y, si bien seguía siendo improbable, existía más de un camino que podría llevar a la victoria de Trump. Había una serie de condiciones que Hillary Clinton debía cumplir o su muy probable triunfo sería puesto en peligro. Bueno, esas condiciones –conseguir mejorar el voto demócrata entre los jóvenes, los afroamericanos, los latinos y las mujeres– no se dieron, y ya conocemos cómo terminó la historia.
–Esa idea de “la prensa”, “los medios” o “los periodistas” como una entidad homogénea debería ser finalmente desechada. En tiempo de sobreabundancia informativa, cuando el costo de publicación es casi igual a cero y pululan periódicos, revistas, páginas online e incluso páginas informativas de Facebook, no tiene ningún sentido seguir cayendo en ese ejercicio de pereza mental que es referirse a TODOS los medios de prensa como si se tratara de un organismo con usos, reglas e intereses comunes. Existen medios y periodistas con distintos niveles de calidad, compromiso, objetividad, etc., e intentar meter a todos en la misma canasta no contribuye en nada a promover el ejercicio de un periodismo independiente y vigilante del poder.
La manera de hacer política del presidente electo Donald Trump, ese estilo matonesco y su casi absoluto desprecio por los hechos y los datos suponen un reto tremendo para aquellos periodistas y medios deseosos de llevar al público la mejor información posible y de ejercer como eficaz contrapeso del poder. Un estilo, además, que empieza a tener éxito entre muchos políticos en distintos países, incluido el nuestro. Frente a ello, haríamos bien los periodistas en dejar de lado la autocomplacencia disfrazada de autocrítica facilona, para arremangarnos y, superado el shock electoral, ponernos de nuevo a trabajar.
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