18.MAY Sábado, 2024
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Última actualización 08:39 pm
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Opinión

A solo cinco días de las elecciones, la expectativa de victoria o derrota de uno y otro candidato dependerá de qué canal, qué estación de radio, qué site noticioso o qué podcast sintonizas.

Si uno tiene Fox News en el televisor y el app de la cadena de Rupert Murdoch en el teléfono, está colgado del Facebook y el Twitter del site ultraconservador Breitbart (cuyo ex director ejecutivo dirige la campaña de Trump) o escucha el programa de radio de Alex Jones (el teórico de la conspiración de extrema derecha favorito de América), estará convencido sin lugar para el más mínimo resquicio de duda, primero, de que América no es América desde que tiene un presidente negro, pero, sobre todo y más importante ahora mismo, de que la victoria de Donald Trump es inminente. Aun cuando todas las balanzas de probabilidad se inclinen a favor de Clinton por encima del 70%.

Si, por el contrario, tu dieta mediática se nutre básicamente de lo que los republicanos adoran llamar con desdén “liberal mainstream media” –léase New York Times, Washington Post, CNN, etc.–, puede que hayas dejado atrás ya el nivel de pánico DEFCON 2 previo a los debates presidenciales y estés empezando a olvidar que ese 13% de probabilidades de victoria que le da el modelo estadístico del New York Times a Trump o el 28% que le da el site FiveThirtyEight significan precisamente eso: que tiene 13% o 28% de probabilidades. No CERO. Y que cosas más raras hemos visto este año, empezando por Brexit y por ese hombre de cabello rubio cenizo y tez naranja que se hizo con la nominación del Partido Republicano cuando hasta finales de enero de este año, habiendo anunciado su candidatura a las primarias en junio de 2015, nunca había superado el 28% de probabilidades. Y vean dónde estamos ahora.

Si bien el concierto de dimes y diretes en la prensa puede resultar divertido, lo más inteligente para hacerse una idea del estado real de la carrera de caballos es prestarle más atención a la fría objetividad de los números y aislarnos un poco del trabajo 24/7 de los spin doctors, esos señores y señoras –muchos de ellos incluso se hacen llamar periodistas– dispuestos casi a matar para convencerte de que la Tierra no gira alrededor del Sol y tu nombre no es tu nombre, a menos de que su interés sea convencerte de lo contrario.

Pero los números no hablan por sí solos, necesitan de intérpretes, y en ese oficio, a la hora de procesar y traducir números, nadie tan competente como Nate Silver, wunderkind de la estadística electoral y editor jefe de FiveThirtyEight, el site de periodismo de datos más importante de Estados Unidos. Silver hizo su fama en las elecciones de 2008 y 2012, cuando su sistema estadístico predijo al ganador en 49 de los 50 estados y en 50 de 50, respectivamente. La honestidad y seriedad de Silver como analista están tan fuera de duda que en mayo de 2016, una vez que Trump se hizo con la nominación republicana, publicó un artículo titulado “De cómo actué como un comentarista partidario y la cagué respecto a Donald Trump”. Durante meses, Silver desestimó la posibilidad de que Trump terminara siendo el candidato republicano a tal punto que en setiembre de 2015 publicó un artículo titulado: “Querida prensa, por favor dejen de friquear por las encuestas a favor de Trump”. En apariciones públicas y entrevistas, llegó a pedir calma y asegurar que no había forma de que Trump ganara las primarias. Y, bueno, Trump ganó.

Silver, lejos de esconder la cabeza, salió al frente y explicó las razones de su error. Igual que hacen la mayoría de periodistas, ¿cierto? Ahora, por supuesto, Silver es mucho más prudente a la hora de hacer vaticinios. De hecho, según sus mismas palabras, “yo no doy pronósticos, los hace el modelo estadístico. Si mañana yo muero, el modelo de FiveThirtyEight seguirá funcionando y dando exactamente la misma data”.

¿Qué dice Silver sobre lo que queda de carrera electoral? En una frase: la victoria de Trump es improbable, pero no imposible. Existe un camino que podría llevar a una derrota de Hillary Clinton. ¿Cuál es ese camino?
En sencillo, tendrían que concurrir dos eventos:

1.-Que Clinton no consiga animar a votar a dos sectores del electorado que son hostiles a Trump pero a los que ella no consigue entusiasmar, es decir, afroamericanos y millennials.

2.-Que Trump consiga sacar a votar a los republicanos que tienen enormes dudas sobre él y, por ende, no forman parte de su electorado hardcore.

Si llegado el 8 de noviembre el porcentaje de votantes no es muy alto, las chances de Trump crecen. Pero, dependiendo sobre todo del comportamiento de esos dos grupos claves para Clinton.

Si llegado el 8 de noviembre existe un porcentaje alto de votantes en todos los distintos grupos demográficos, la victoria de Clinton es más probable que la de Trump, ya que la coalición alrededor de la candidata demócrata es más amplia. Su núcleo duro son adultos blancos urbanos con educación universitaria, con una inclinación mayor hacia las mujeres, latinos y americanos de origen asiático. Los dos sectores mayoritariamente demócratas con que Clinton no termina de conectar son afroamericanos y millennials (jóvenes adultos nacidos después de 1980). Estos últimos suman unos 75 millones de personas (sobra decir que la categorización generacional es trasversal a la étnica), según el análisis del censo de 2015 hecho por el Pew Research Center.

Teniendo en cuenta que en Estados Unidos existen 218 millones de electores hábiles, de los que se registran unos 146 millones, y que los millennials que ya votaron –según data de Next Gen Climate, una ONG que apoya a Clinton pero que ha demostrado ser muy escrupulosa en el manejo de su data durante la campaña– en estados aún en disputa –Colorado, Florida, Iowa, Michigan, Nevada, New Hampshire, Carolina del Norte, Ohio, Pensilvania, Virginia y Wisconsin– lo han hecho mayoritariamente por la candidata demócrata (60% frente a 21% para Trump), no es absurdo afirmar que, a cinco días de la fecha clave, los millennials pueden tener la elección en sus manos con solo decidir si van a votar o no. Gajes de una democracia donde, si se vota, se vota dos veces en realidad: primero eligiendo votar y en segundo lugar, un escalón por debajo en importancia, decidiendo por quién votar.


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