Carlos Meléndez,Persiana americana
Por Miraflores, una balacera entre policías y raqueteros interrumpe un distendido paseo. En la televisión, comerciantes atrincherados en el exmercado La Parada se rehúsan a abandonar el local clausurado por la Municipalidad de Lima.
El limeño ha incorporado estas viñetas a su cotidianeidad sin problematizar que su ciudad se ha convertido en el reino de la informalidad, el crimen y la inseguridad. Esta es la verdadera “trilogía del mal” (sic) que las autoridades y alcaldes wannabe deben enfrentar; antes que con lemas y selfies, con propuestas reales de políticas municipales.
La capital creció a punta de la informalidad económica, social y política de sus habitantes. Pero mientras los comentaristas celebran el “emprendedurismo” (obviando esa precariedad de horas extras y falta de derechos laborales) no nos percatamos de que el mundo informal sufre el acecho de poderes ilegales; los que carcomen nuestra institucionalidad y se consolidan en nuestra cultura política.
La Parada es el corazón informal de esta ambigüedad donde se pierden los límites entre el emprendedor y el lumpen, entre el pequeño empresariado y el nicho de malhechores. Es el recinto donde fracasa nuestra alegoría de crecimiento económico y clase media ancha, donde se ahogan medidas aisladas de formalización (reubicación en Santa Anita), donde van a morir las esperanzas de orden y autoridad ante la ausencia de voluntad política. De esta manera, la próxima vez que se conduzca por la ciudad, cambie precavidamente de anteojeras.
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