1).- Pasando caleta. Serenos por afuera pero risueños por dentro. Nunca imaginaron un escenario político donde, por fin, dejaran de ser los únicos acusados de corrupción en el país. Sin costo alguno, fueron otros los encargados de regalarles paz y relativa tranquilidad en el revoltijo creado por la corrupción de Odebrecht. Es la hora de Salgado –no la de Becerril– y se trata del conocido “gana-pierde”.
2).- En nuestro país, tan acostumbrado al morbo en la política, la sospecha de corrupción desgasta tanto como la demostración de culpabilidad. Y la imaginación se suelta. ¿Toledo irá a la Diroes, haciéndole compañía a Don Alberto? ¿Habrá una prisión especial para una ex primera dama?
3).- Mirko Lauer (LR 8/2/16) señala “una inflexión seria en el proceso político”, que comprendería un desgaste del “antifujimorismo”. Comenzando por Toledo y la pareja Humala-Heredia, los que hicieron en los momentos difíciles de sus gobiernos una incisiva campaña contra la corrupción de los años 90. Y terminando con la campaña de Verónika y “No a Keiko”, como fuerza de choque apoyando a PPK en la segunda vuelta. Ahora, la lucha izquierdista contra el fujimorismo deberá privilegiar lo programático (¿Keiko=PPK?) y disputarle con mucha chamba su base popular.
4).-Cuando se involucra a un líder político con la corrupción, como cae un castillo de arena en la playa, así se destruye la moral de sus seguidores y se carga la vergüenza y el deshonor de sus familiares y círculos cercanos. En otras partes del mundo los culpables llegan a suicidarse o pedir, en llanto, perdón al país. En cambio, acá nos hemos acostumbrado a que hasta el final los culpables afirmen ser inocentes o reconocen su culpa solo en el silencio de su encierro.
5).- Limpiemos la pus de la herida para que cicatrice bien.
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