La derecha no tiene obsesión por la unidad. Dividida, no pocas veces, le ha ido mejor que unida. El fracaso del Frente Democrático, con Vargas Llosa en 1990, es un buen ejemplo. Para la izquierda, en cambio, la permanente aspiración a la unidad tiene algo de arrepentimiento y pago de culpas. Hace más de 50 años que, entusiasta, inició su proceso de fragmentación por antojos ideológicos. Como las gripes modernas que avanzan incontenibles, contagiando a muchos. Por entonces, Ricardo Letts publicó un libro –con gráficos– dando cuenta de más de 40 facciones izquierdistas.
Sin embargo, no todo fue malo. La lucha social favoreció la “unidad en la acción”. La CGTP se fortaleció y adquirió verdadera dimensión nacional.
El SUTEP y los Frentes de Defensa se convirtieron en la avanzada de los movimientos regionales. El histórico paro nacional del 19/07/77 abrió la puerta para la salida del gobierno militar, la convocatoria a la Asamblea Constituyente y las elecciones de 1980. Después del fracaso electoral de las izquierdas desunidas, en setiembre de 1980, surgió Izquierda Unida (IU).
En las elecciones municipales de 1983, Alfonso Barrantes salió elegido alcalde de Lima. A nivel nacional se ganó en centenares de alcaldías, algunas donde nadie quería ser candidato por miedo al senderismo. En 1986, se ganó también en Huamanga con Fermín Asparrent, que después fue asesinado por los terroristas, como decenas de otros alcaldes de IU.
En las elecciones generales de 1985 fuimos elegidos 48 diputados y 15 senadores de IU. El comportamiento de la bancada era sólido, había abstenciones, nunca votos en contra. La bancada coordinaba con la movilización social.
Como se recuerda, en el masivo Congreso IU de 1989 en Huampaní se rompió la unidad y terminó la esperanza. Pero la bancada se mantuvo unida. Nuestro lema fue: “El adversario está al frente, nunca al costado”.
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