1).- Con lo de Lava Jato y Odebrecht ya se perciben algunos temblores, vaticinándose un gran terremoto (políticos y ex presidentes) seguido de un tsunami (hasta vacancia presidencial). No hay que ningunear esta dura perspectiva, creyéndola tremendista, pensando que somos un país condenado a convivir con la corrupción y que solo pagarán el pato algunos funcionarios menores. Una verdadera respuesta democrática dependerá de una amplia movilización social, sin banderillas partidarias, y la vigilancia de los medios.
2).- Recordemos cómo para las elecciones de 1990 los partidos de la izquierda y la derecha –rompiendo el temor– convergieron en marchas contra el terrorismo. En febrero de 1992, María Helena Moyano fue dinamitada por encabezar una marcha contra un “paro armado” senderista en Villa el Salvador (VES). También, después de Tarata, el municipio de VES condujo una marcha de solidaridad hasta Miraflores. Se aisló al terrorismo y pudo ser derrotado. Ahora, habría que mostrar la misma voluntad para erradicar la corrupción.
3).- Los pesimistas señalan que la corrupción ya carcome todo el Estado y que es imposible derrotarla. Recuerdan que en una encuesta de Datum para Lima, previa a las elecciones municipales (2014), el 50% de los sectores D-E, el 40 % del sector C y el 30% del sector A-B estaban de acuerdo con que el próximo alcalde podía robar si hacía obras. Hasta apareció un videojuego en Internet al respecto.
4).- Los escépticos aceptan que algunos irán a las cárcel pero que los grandes corruptos nunca. Recuerdan que Lelio Balarezo, vicepresidente de la Confiep, que fue condenado a cinco años de cárcel por defraudación al fisco (abril de 2015) hasta ahora se encuentra prófugo. No figura en la lista de recompensas del Mininter.
5).- ¡Sí se puede!
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