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Opinión

El mundo de la farándula se caracteriza por albergar a personajes que, a falta de talento, se hacen conocidos por escándalos. La presencia y permanencia en el negocio se define por la cantidad de escándalos que producen. Esta misma forma de sobrevivencia se repite en otros universos, como el literario, por ejemplo. Ahí son, generalmente, los más criticones, soberbios y aburridamente culturosos quienes se hacen notar por sus controvertidas opiniones sobre cualquier tema popular o masivo y no necesariamente por sus éxitos literarios. Estos personajes son activos en las redes sociales, donde descalifican sin compasión lo que no les gusta. Desde la cima de su sensibilidad e inmenso conocimiento vomitan contra lo que les parece vulgar y populachero. En esa cima estaba el señor Ivan Thays con su cara de “soy profundo”. El rótulo de “escritor” que creía ostentar le daba licencia para despotricar (muy oportunamente) contra las papas rellenas y el cine peruano. Solo así se hablaba de él y nunca por su obra. Hoy, gracias a Mónica Cabrejos, es más popular que antes. De ser casi la reencarnación de Cervantes, el portavoz de Scorsese o el único heredero del talento de Oscar Wilde, pasó a ubicarse al mismo nivel de Andy V o el Hombre Roca. Razón tenía mi mamá cuando decía “Hijito, nunca digas nunca”.


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